/En aquellas solitarias alturas/ el suelo estaba cubierto/ de una capa de escarcha,/ y el viento estremecía de frío/ todos mis miembros./ Al ver que mis esfuerzos/ para levantar la cadena/ que cerraba la puerta/ de la antigua verja/ eran totalmente inútiles/ salté por encima,/ avancé por el camino/ que bordeaban matas de grosellas/ y golpeé la puerta de la casa/ con los nudillos/ hasta que me dolieron./ Se oía ladrar a los perros./ Tan necia inhospitalidad/ merecía ser castigada/ con el aislamiento perpetuo/ de vuestros semejantes,/ ¡bellacos!, murmuré mentalmente./ Lo menos que se puede hacer/ es tener abiertas las puertas/ durante el día./ Pero no me importa./ ¡De todas formas, entraré!./ Con esta decisión/ sacudí el aldabón./ El rostro avinagrado de José/ apareció en una ventana/ del edificio del granero./ ¿Qué quiere usted?/ me interpeló./ El amo está en el corral./ Dé la vuelta/ por la esquina del establo/ si quiere hablarle./ ¿No hay nadie/ que abra la puerta? respondí./ Nadie más que la señorita,/ y ella no le abriría/ aunque estuviese usted/ llamando insistentemente/ hasta la noche./ Sería inútil./ ¿Por qué no?/ ¿No puede usted decirle/ que soy yo?/ ¿Yo? ¡Por supuesto que no!/¿Qué tengo yo que ver/ con todo eso?/ replicó mientras se retiraba./ Comenzaba a caer/ una espesa nevada./ Yo empuñaba ya el aldabón/ para volver a llamar,/ cuando un joven sin chaqueta/ y llevando al hombro/ una horquilla de labranza/ apareció en el lugar/ y me dijo que le siguiera./ Atravesamos un lavadero/ y un patio enlosado,/ en el que había un pozo con bomba/ y un pequeño palomar,/ y llegamos a la habitación/ donde el día anterior/ fui introducido./ Un fuego de carbón y leña/ caldeaba la habitación,/ y al lado de la mesa,/ en la que estaba servida/ una abundante merienda,/ tuve la satisfacción de ver/ a la señorita,/ persona de cuya existencia/ no había tenido antes/ noticia alguna./ La saludé/ y permanecí en pie,/ esperando que me invitara/ a sentarme./ Ella me miró/ y no se movió de su silla/ ni pronunció una sola palabra./ ¡Qué tiempo tan malo!, comenté./ Lamento, señora Heathcliff,/ que la puerta haya sufrido/ las consecuencias/ de la negligencia/ de sus criados./ Me ha costado/ un trabajo tremendo/ hacerme oír./ Ella no despegó los labios./ La miré atentamente,/ y ella me correspondió/ con una mirada tan fría,/ que resultaba molesta/ y desagradable./ Siéntese, gruñó la joven./ Heathcliff vendrá enseguida./ Obedecí, tosí/ y llamé a June,/la perversa perra,/ que en esta ocasión/ se dignó mover la cola/ en señal de que me reconocía./ ¡Hermoso animal!, empecé./ ¿Piensa usted desprenderse/ de los cachorrillos, señora?/ No son míos, respondió/ la amable anfitriona/ con un tono aún más repelente/ que el que hubiera empleado/ el propio Heathcliff./ Entonces, ¿sus favoritos/ serán aquellos?, continué,/ volviendo la mirada/ hacia lo que me pareció/ un cojín con gatos./ Serían unos favoritos/ bastante extravagantes,/ contestó la joven/ desdeñosamente./ Desgraciadamente,/ los supuestos gatillos/ eran, en realidad,/ un montón de conejos muertos./ Volví a toser,/ me aproximé al fuego/ y repetí mis comentarios/ sobre lo desagradable/ de la tarde./