Mientras la mujer/ subía las escaleras/ delante de mí,/ me aconsejó/ que ocultase la bujía/ y procurase no hacer ruido,/ porque su amo/ tenía ideas extrañas/ acerca del aposento/ donde ella iba a instalarme,/ y no le agradaba/ que nadie durmiese allí./ Le pregunté los motivos,/ pero me contestó/ que sólo llevaba en la casa/ trabajando dos años,/ y que había visto/ tantas cosas raras,/ que no sentía deseo alguno/ de curiosear más./ Por mi parte,/ la estupefacción/ no me dejaba lugar/ a más averiguaciones./ Cerré, pues, la puerta,/ y busqué el lecho./ Los muebles se reducían/ a una percha, una silla/ y una enorme caja de roble,/ con aperturas laterales./ Me aproximé/ a tan extraño mueble,/ y me cercioré/ de que se trataba/ de una especie/ de lecho antiguo,/ sin duda destinado/ a suplir la falta/ de una habitación separada/ para cada miembro/ de la familia./ Entré llevando la luz,/ cerré la puerta/ y tuve la impresión/ de que me hallaba a cubierto/ de la vigilancia de Heathcliff/ o de cualquier otro/ de los habitantes de la casa./ Coloqué la bujía/ en el alféizar de la ventana./ En una esquina/ había varios libros/ antiguos y polvorientos,/ y la pared estaba cubierta/ de múltiples escritos/ que habían sido trazados/ raspando la pintura./ Aquellos escritos/ se reducían a un nombre:/ Catalina Earnshaw,/ repetido una y otra vez/ en letras de toda clase de tamaños./ Pero el apellido/ variaba a veces,/ y en vez de Catalina Earnshaw,/ se leía en algunos sitios/ Catalina Heathcliff/ o Catalina Linton./ Estaba fatigado./ Apoyé la cabeza/ contra la ventana,/ y empecé a murmurar:/ Catalina Earnshaw,/ Heathcliff, Linton…/ /Los ojos se me cerraron,/ y antes que pasaran/ unos cinco minutos,/ creí ver alzarse/ en la oscuridad/ un montón de letras blancas,/ como lívidos espectros./ Todo parecía lleno/ de Catalinas./ Me incorporé,/ esperando alejar así/ aquel nombre/ que acudía a mi cerebro/ como un intruso,/ y entonces pude ver/ que la mecha de la bujía/ había caído/ sobre uno de los viejos libros,/ cuya cubierta/ empezaba a chamuscarse,/ saturando el ambiente/ de un fuerte olor/ a pergamino quemado./ Remedié el mal y me senté./ Sentía frío/ y un ligero mareo./ Cogí el tomo chamuscado/ y lo hojeé./ Era una vieja Biblia,/ que olía a apolillado,/ y sobre una de cuyas hojas,/ que estaba suelta,/ leí: Este libro/ es de Catalina Earnshaw/ y una fecha/ de veinticinco años atrás./ Cerré aquel volumen,/ y cogí otro,/ y luego varios más./ La biblioteca de Catalina/ era escogida,/ y lo estropeados/ que estaban los tomos/ demostraban/ que habían sido muy usados./ Los márgenes de cada página/ estaban cubiertos/ de comentarios manuscritos,/ algunos de los cuales/ constituían sentencias aisladas./ Otros eran retazos/ de un diario garrapateado/ por una inexperta mano infantil./ En una página en blanco,/ descubrí, no sin regocijo,/ una caricatura de José,/ diseñada burdamente,/ pero con enérgicos trazos./ Sentí un vivo interés/ hacia aquella desconocida Catalina,/ y traté de descifrar/ los jeroglíficos de su escritura./