/Pero la mala calidad del té/ que tomé a la tarde/ y la destemplanza que tenía/ me hicieron pasar/ una noche horrible./ Soñé que era ya por la mañana/ y que regresaba a mi casa/ llevando a José como guía./ El camino estaba/ todo cubierto de nieve,/ y cada vez que yo/ daba un tropezón,/ mí acompañante me amonestaba/ por no haber tomado un bastón,/ diciéndome que sin él/ nunca conseguiría/ regresar a mi casa,/ y enseñándome a la vez/ un grueso garrote/ que él consideraba,/ al parecer, su bastón./ Al principio,/ me parecía absurdo suponer/ que me fuera necesario/ para entrar en casa/ semejante cosa./ Y de repente una idea/ me iluminó el cerebro./ No íbamos a casa,/ sino que nos dirigíamos/ a escuchar el sermón/ del padre Branderham/ en el que no sé si José,/ el predicador o yo,/ debíamos ser/ públicamente acusados/ y excomulgados./ Llegamos a la iglesia,/ ante la que yo,/ había pasado dos o tres veces./ Está situada/ en una hondonada,/ entre dos colinas,/ junto a un pantano,/ cuyo fango, según voz popular,/ tiene la propiedad/ de momificar los cadáveres./ En mi sueño,/ un numeroso auditorio/ escuchaba a Jabes,/ quien predicaba un sermón/ dividido en cuatrocientas/ noventa partes,/ dedicada cada una/ a un distinto pecado./ Lo que no puedo decir/ es por dónde había sacado/ tantos pecados el reverendo./ Eran, por supuesto,/ de los géneros más extravagantes,/ y yo no hubiera sido capaz/ de imaginármelos nunca./ ¡Qué odiosa pesadilla!/ Yo me caía de sueño,/ bostezaba, daba cabezadas/ y volvía a despejarme./ Me pellizcaba,/ me frotaba los párpados,/ me levantaba/ y me volvía a sentar,/ y a veces tocaba a José/ para preguntarle/ cuándo iba a acabar el sermón./ Pero tuve que escucharlo/ hasta que terminó./ Acudió a mi cerebro/ una súbita idea:/ levantarme/ y acusar a Jabes Branderham/ como el autor/ del pecado imperdonable./ Padre, exclamé,/ sentado entre estas cuatro paredes/ he aguantado y perdonado/ las cuatrocientas/ noventa divisiones/ de su sermón./ Setenta veces siete/ cogí el sombrero/ para marcharme/ y setenta veces siete/ me ha obligado/ a volverme a sentar./ Una vez más es excesivo./ Hermanos de martirio,/ ¡duro con él!/ Arrastradle y despedazadle/ en partículas tan pequeñas,/ que no vuelvan a encontrarse/ ninguno de sus rastros./ Tú eres el Hombre,/ gritó Jabes,/ después de un silencio solemne./ Setenta veces siete/ te he visto hacer gestos,/ incluso bostezar./ Setenta veces siete/ consulté mi conciencia/ y encontré que todo ello/ merecía perdón./ Pero el primer pecado/ de los setenta y uno/ ha sido cometido ahora,/ y esto es imperdonable./ Hermanos, ejecutad con él/ lo que está escrito./ Tras esta conclusión,/ los concurrentes/ enarbolaron sus bastones/ y se arrojaron sobre mí./ Al verme desarmado,/ entablé una lucha con José,/ que fue el primero/ en acometerme,/ para quitarle su garrote./ Se cruzaron muchos palos,/ y algunos golpes/ destinados a mí/ cayeron sobre otras cabezas./ Todos se apaleaban entre sí,/ y la iglesia retumbaba/ al son de los golpes./ Branderham, por su parte,/ descargaba violentos manotazos/ en las tablas del
púlpito,/ y tan vehementes fueron,/ que acabaron por despertarme./ Pude comprobar/ que lo que me había sugerido/ tal tumulto/ era la rama de un abeto/ que batía contra los cristales/ de la ventana/ agitada por el viento./ Volví a dormirme/ y soñé otras cosas/ más desagradables aún./