/Me desperté y recordé/ que estaba descansando/ sobre una caja de madera/ y que el viento del cierzo/ y las ramas de un árbol/ golpeaban la ventana./ Tanto me molestaba el ruido,/ que, en sueños, me levanté/ y traté de abrir/ la contraventana./ No lo conseguí,/ porque la cerradura/ estaba agarrotada,/ y entonces rompí el cristal/ de un puñetazo/ y saqué el brazo/ para separar/ la molesta rama./ Mas en lugar de ella/ sentí el contacto/ de una mano helada./ Me poseyó un intenso terror/ y quise retirar el brazo;/ pero la mano me sujetaba/ y una voz repetía:/ ¡Déjame entrar, déjame entrar!/ ¿Quién eres?, pregunté,/ pugnando para poder soltarme./ Catalina Linton,/ contestó,/ con voz temblorosa./ Me había perdido/ en los pantanos/ y vuelvo ahora a casa./ No sé por qué me acordaba/ del apellido Linton,/ ya que había leído/ veinte veces más/ el apellido Earnshaw./ Miré y divisé/ el rostro de una niña/ a través de la ventana./ El horror me hizo obrar cruelmente,/ y al no lograr desasirme/ de aquella niña,/ apreté sus puños/ contra el corte del cristal/ hasta que la sangre brotó/ y empapó las sábanas./ Pero ella seguía gimiendo:/ ¡Déjame entrar!/ Y me oprimía la mano,/ haciendo llegar mi terror/ hasta el delirio./ ¿Cómo voy a dejarte entrar,/ dije, por fin,/ si no me sueltas la mano?/ El fantasma aflojó su presión./ Metí precipitadamente la mano/ por el hueco del vidrio roto,/ amontoné contra él/ una pila de libros/ y me tapé los oídos/ para no escuchar/ la dolorosa súplica./ Estuve así alrededor/ de un cuarto de hora;/ pero en cuanto volvía a escuchar,/ oía el mismo ruego lastimero./ ¡Márchate!, grité./ ¡No te abriré/ aunque me lo estés pidiendo/ veinte años seguidos!/ Veinte años han pasado,/ musitó la niña./ Veinte años han pasado/ desde que me perdí./ Empezó a empujar/ levemente desde fuera./ El montón de libros/ comenzó a balancearse./ Intenté moverme,/ pero mis músculos/ estaban como paralizados,/ y en el colmo del horror, grité./ El grito no fue soñado./ Con gran desconcierto/ sentí que unos pasos/ se acercaban/ a la puerta de la alcoba./ Alguien la abrió,/ y percibí luz./ Me senté en la cama, sudoroso,/ estremecido aún de miedo./ El que había entrado/ murmuró algunas palabras/ como si hablase solo,/ y luego dijo,/ en el tono de quien no espera/ recibir respuesta alguna:/ ¿Hay alguien ahí?/ Reconocí la voz de Heathcliff/ y comprendiendo que era necesario/ revelarle mi presencia,/ ya que sino buscaría/ y acabaría encontrándome,/ descorrí las tablas del lecho./ Tardaré en olvidar/ el efecto que le produjo./ Heathcliff se paró/ en la misma puerta./ Vestía un camisón,/ sosteniendo una vela/ en la mano derecha,/ y su faz estaba lívida./ El ruido de las tablas/ al descorrerse/ le causó el efecto/ de una corriente eléctrica./ La vela se deslizó/ de entre sus dedos/ y su excitación era tal,/ que le costó mucho trabajo/ volver a recuperarla./ Soy su huésped, señor, dije,/ para evitar que continuase/ demostrándome su miedo./ He gritado sin darme cuenta/ mientras soñaba./ Lamento haberle molestado./ ¡Dios le confunda, señor Lockwood!/ ¡Váyase al…!, replicó mi casero./ ¿Quién le ha traído/ a esta habitación?, continuó,/ hundiendo las uñas/ en las palmas de las manos/ y rechinando los dientes/ en su esfuerzo para dominar/ la excitación que le poseía./ ¿Quién le trajo?/ Dígamelo para echarle de casa/ inmediatamente./ Su criada Zillah, repuse,/ saltando del lecho/ y recogiendo mis ropas./ Haga con ella/ lo que le parezca,/ porque se lo ha merecido./ Probablemente quiso probar/ a expensas de mí/ si este sitio/ está embrujado./ Y le aseguro que está poblado/ de duendes y fantasmas./ Hace usted bien/ en tenerlo cerrado./ Nadie le agradecerá a usted/ el dormir en esta habitación./