/¿Qué quiere usted decir/ y qué está haciendo?,/ replicó Heathcliff./ Acuéstese y pase la noche;/ pero, en nombre de
Dios,/ no repita el escándalo de antes./ No tiene otra justificación,/ a no ser que le estuvieran/ decapitando./ No son todavía las tres./ Yo creía que serían/ las seis lo menos./ El tiempo aquí/ se hace interminable./ Aunque sólo eran las ocho/ cuando nos acostamos./ En invierno nos retiramos/ siempre a las nueve/ y nos levantamos a las cuatro,/ replicó mi casero,/ reprimiendo un gemido/ y limpiándose una lágrima,/ según imaginé/ por un ademán de su brazo./ Acuéstese, añadió,/ ya que si baja tan temprano/ no hará más que estorbar./ Por mi parte,/ sus gritos me han desvelado./ También a mí, repuse./ Bajaré al patio,/ estaré paseando/ hasta que amanezca/ y después me iré./ No tema una nueva intrusión./ Lo sucedido aquí,/ me ha quitado las ganas/ de buscar amigos para siempre/ ni en el campo ni en la ciudad./ Un hombre sensato/ debe tener bastante compañía/ consigo mismo./ ¡Magnifica compañía!,/ murmuró Heathcliff./ Coja la vela/ y váyase a donde quiera./ Me reuniré con usted enseguida./ No salga al patio,/ porque los perros/ están sueltos./ Ni al salón,/ porque June está allí/ de vigilancia./ Tendrá que limitarse/ a andar por los pasillos/ y las escaleras./ No obstante, váyase./ Yo estaré con usted/ dentro de dos minutos./ Le obedecí/ y me alejé de la habitación/ todo cuanto pude,/ pero como no sabía/ adónde iban a parar/ los estrechos pasillos,/ me detuve,/ y entonces asistí/ a unas demostraciones supersticiosas/ que me extrañaron,/ tratándose de un hombre/ tan práctico como mi casero./ Había entrado/ en su habitación/ y de un tirón/ abrió la ventana,/ mientras estallaba en sollozos./ ¡Ven, Catalina, decía, ven!/ Te lo suplico una vez más./ Pero el fantasma,/ con uno de los caprichos/ de todos los espectros,/ no se dignó aparecer./ Por el contrario,/ el viento y la nieve/ entraron por la ventana/ y me apagaron la luz./ Descendí al piso de abajo/ y llegué a la cocina,/ donde pude encender la bujía/ en el rescoldo de la lumbre./ No se veía allí/ ser viviente alguno,/ excepto un gato/ que salió de entre las cenizas/ y me saludó/ con un lastimero maullido./ Dos bancos semicirculares/ estaban arrimados al hogar./ Me tendí en uno de ellos/ y el gato se instaló en el otro./ Ya empezábamos ambos/ a quedarnos dormidos,/ cuando un intruso/ invadió nuestro retiro./ Era José que bajaba/ por una escalera de madera/ que debía de conducir/ a su camarote./ Dirigió una tétrica mirada/ a la llama/ que yo había encendido,/ expulsó al gato,/ ocupando su sitio,/ y se dedicó/ a cargar de tabaco/ una pipa que medía/ ocho centímetros de longitud./ Debía considerar mi presencia/ en su santuario/ como una irreverencia tal/ que no merecía/ ni siquiera comentarios./ Silenciosamente/ se llevó la pipa a la boca,/ se cruzó de brazos/ y empezó a fumar./ Yo no interrumpí su placer,/ y después de aspirar/ la última bocanada,/ se levantó/ exhalando un hondo suspiro,/ y se fue tan gravemente/ como vino./ Sonaron cerca de mí/ otras pisadas más elásticas,/ y apenas abrí la boca/ para saludar./ Oí que Hareton Earnshaw/ se dedicaba a recitar/ en voz contenida/ una monserga compuesta/ de tantas maldiciones/ como objetos iba tocando,/ mientras revolvía en un rincón/ en busca de una pala/ o de un azadón/ con el que quitar la nieve./ Me miró,/ dilató las aletas de la nariz,/ y tanto se le ocurrió/ saludarme a mí/ como al gato/ que me hacía compañía./ Comprendiendo por sus preparativos/ que se disponía a salir,/ abandoné mi duro lecho/ y me dispuse a seguirle./ Él lo observó,/ y con el mango de la azada/ me señaló una puerta/ que comunicaba con el salón,/ en donde estaban ya/ las mujeres./ Zillah avivaba el fuego/ y la señora Heathcliff,/ reclinada ante la lumbre,/ leía un libro/ al resplandor de las llamas./ Permanecía absorta/ en la lectura,/ que sólo interrumpía/ de cuando en cuando/ para reprender a la cocinera/ si hacía saltar chispas/ sobre ella/ o para separar/ a alguno de los perros/ que a veces la rozaban/ con el hocico./ Me sorprendió también/ ver allí a Heathcliff,/ en pie junto al hogar,/ de espaldas a mí,/ terminando de reprender/ a la pobre Zillah,/ la cual, de cuando en cuando,/ suspendía su tarea,/ se recogía una punta/ del delantal/ y suspiraba./