/Allí me encontraba yo/ sentado una tarde,/ a eso de las seis,/ saboreando una copa/ del excelente Borgoña/ que mi amigo guardaba/ tras un montón/ de pliegos de papel/ impresos en caracteres góticos./ Basil se paseaba por la estancia,/ esgrimiendo, según su costumbre,/ una de las grandes espadas/ de su enorme colección./ El rojo resplandor/ del potente fuego/ que ardía en la chimenea/ iluminaba sus cuadradas facciones/ y su rebelde cabellera gris./ Sus ojos azules/ se hallaban impregnados/ de una vaguedad de ensueños,/ y abría la boca para hablar/ con su aire soñador,/ cuando se abrió la puerta/ y penetró jadeando/ en la estancia/ un hombre pálido y fogoso,/ de cabello rojizo,/ que llevaba puesto/ un enorme abrigo de piel./ Siento molestarte, Basil,/ balbuceó el visitante./ Me he tomado una libertad…/ He citado aquí a un hombre…/ a uno de mis clientes…/ dentro de cinco minutos…/ Usted perdone, caballero,/ agregó haciéndome una reverencia./ Basil me dirigió una sonrisa./ ¿No sabía usted, dijo/ que yo tenía un hermano/ bastante práctico?/ Pues aquí lo tiene./ Éste es el señor Rupert Grant,/ capaz de hacer todo/ lo que haya que hacer./ Así como yo he fracasado/ en lo único que he emprendido,/ él ha triunfado en todo./ Recuerdo que ha sido periodista,/ agente de fincas, naturalista,/ inventor, editor,/ maestro de escuela y…/ ¿qué eres ahora, Rupert?/ Soy, y llevo siéndolo/ durante algún tiempo,/ repuso Rupert con cierta dignidad,/ detective particular…/ y aquí está mi cliente./ Un fuerte golpe en la puerta/ les interrumpió de repente./ Concedido el debido permiso,/ la puerta se abrió bruscamente,/ y un hombre apuesto y corpulento/ entró lleno de energía/ en la estancia,/ dejó ruidosamente su chistera/ encima de la mesa/ y dijo: Buenas tardes, señores./ La entonación/ que imprimía a sus palabras/ parecía denotar/ que era algo dictador/ en el sentido militar,/ literario y social./ Tenía una voluminosa cabeza,/ el cabello con estrías/ negras y grises,/ y su enorme bigote negro/ le daba un aspecto/ de real ferocidad/ que contrastaba/ con la mirada triste/ de sus ojos azul de mar./ Vamos a la otra habitación,/ me dijo Basil./ Y ya se dirigía a la puerta,/ cuando el recién llegado/ exclamó: De ningún modo./ Quédense aquí./ Pueden ser de ayuda./ En cuanto le oí hablar,/ recordé de quién se trataba:/ era un tal comandante Brown,/ al que había conocido/ unos años antes/ en compañía de Basil./ Había olvidado por completo/ su enérgica figura/ y su cabeza solemne,/ pero de inmediato recordé/ su especial modo de hablar,/ que consistía/ en proferir únicamente/ la cuarta parte de cada frase,/ y esto con tono seco,/ como la detonación de un fusil./ No sé si se debía/ a la costumbre de dar órdenes/ a los soldados de su tropa./ El comandante Brown/ poseía la Cruz de la Victoria./ Era un militar competente/ y bastante distinguido,/ pero no pasaba de ser/ un simple hombre de guerra./ Como muchos/ de los férreos hombres/ que han conquistado la India,/ tenía las creencias/ y los gustos de una solterona./ En su manera de vestir/ era muy meticuloso/ a la vez que recatado./ En sus costumbres/ era de una rigurosa exactitud,/ hasta el punto/ de no tomar una taza de té/ sino en el momento preciso./ Un solo entusiasmo/ le dominaba,/ algo que para él/ se había convertido/ en una verdadera religión:/ el cultivo de pensamientos/ en su maravilloso jardín./ Cuando hablaba de su colección,/ sus ojos azules resplandecían/ como los de un niño/ a la vista de un juguete nuevo:/ esos mismos ojos/ que habían permanecido/ impertérritos/ cuando las tropas/ lanzaban sus vítores triunfantes/ alrededor del general Roberts,/ allá en Cadahar./ Vamos a ver, comandante,/ dijo Rupert Grant/ con señorial cordialidad,/ acomodándose en una silla./ ¿Qué es lo que le ocurre?/ Pensamientos amarillos./ La carbonera P. G. Northover,/ dijo el comandante/ con indignación./ Nosotros nos miramos/ unos a otros/ con gesto inquisitivo./ Basil, abstraído/ como de costumbre,/ tenía los ojos cerrados/ y se limitó a decir:/ Perdón, pero no comprendo./ Es un hecho. La calle,/ ¿sabe usted?/ El hombre, los pensamientos./ En la tapia./ La muerte para mí./ Algo. Absurdo./ Ninguno de nosotros/ conseguía comprender./ Al fin, trozo a trozo,/ y  gracias sobre todo/ a la ayuda del aparentemente/ somnoliento Basil Grant,/ pudimos reconstruir/ la fragmentaria/ y excitada narración/ del comandante./ Sería un crimen someter al lector/ a la insufrible tortura/ que tuvimos que soportar/ todos nosotros,/ por lo cual referiré la historia/ del comandante Brown/ a mi manera./ Sin embargo, el lector/ debe imaginarse la escena:/ los ojos de Basil cerrados/ como en estado hipnótico,/ según era su costumbre,/ y los de Rupert y los míos,/ que amenazaban/ con salirse de las órbitas/ a medida que escuchábamos/ una de las más/ sorprendentes historias/ que jamás habíamos escuchado/ de labios de aquel hombrecillo/ impecablemente/ vestido de frac,/ que sentado/ como un palo en la silla,/ nos hablaba de forma/ totalmente telegráfica./ Como ya he dicho,/ el comandante Brown/ era un militar consumado,/ pero en modo alguno/ entusiasta de su profesión./ Lejos de lamentar su retiro/ por el que recibía/ tan solo media paga,/ se había apresurado/ a alquilar un hotelito/ que parecía/ una casa de muñecas,/ y consagró/ el resto de sus días/ al cultivo/ de los pensamientos/ y al consumo de té ligero./ La idea de que las batallas/ habían terminado/ ya para siempre/ una vez que colgó su espada/ en el pequeño vestíbulo,/ dedicándose en cambio/ a empuñar el rastrillo/ en su diminuto/ y soleado jardín,/ era para él algo así/ como si hubiera llegado/ a un puerto celestial./ Era uno de esos hombres/ que son capaces/ de poner cuatro paraguas/ en el paragüero,/ en lugar de tres,/ con el objeto de que haya/ dos a cada lado./ Para él la vida/ parecía ajustarse/ a un patrón inmutable./ Por lo tanto,/ no cabía ninguna duda/ de que jamás/ habría imaginado/ que a unos pocos metros/ de su paraíso de ladrillos/ se ocultaba algo /realmente repugnante/ y que le iba a hacer zozobrar/ en un torbellino/ de inverosímiles aventuras,/ más increíbles/ que las que pudo presenciar/ en el fragor de los combates./