/Cierta tarde de sol y viento,/ vestido con la meticulosidad/ que le era propia,/ el comandante había salido/ a dar su acostumbrado paseo./ Quiso la casualidad/ que se metiera/ en una de esas/ interminables callejuelas/ que se encuentran/ junto a una hilera de mansiones,/ y que por su aspecto/ descolorido y solitario/ le hacen a uno experimentar/ la extraña sensación/ de que se encuentra/ entre los bastidores/ de un antiguo teatro./ Pero si bien/ a la mayoría de nosotros/ la escena podría parecernos/ pobre y miserable,/ no le ocurría lo mismo/ al comandante,/ porque a lo largo/ del tosco camino/ de guijarros/ avanzaba algo/ que era para él/ como el desfile/ de una procesión religiosa/ para una persona devota./ Un hombre corpulento/ y de pesado andar,/ con ojos azules de pez/ y un halo de barba rojiza,/ empujaba una carretilla,/ en la que resplandecían/ incomparables flores./ Había ejemplares magníficos/ de casi todos las clases,/ pero las que predominaban/ eran precisamente/ los pensamientos,/ flor predilecta/ del comandante./ Éste se detuvo en el acto,/ y después de entablar/ una pequeña conversación,/ entró en tratos con el jardinero/ comportándose como suelen hacerlo/ en semejantes casos/ los coleccionistas/ y otros chiflados/ por el estilo,/ es decir,/ que comenzó por separar/ con una especie de angustia/ las mejores plantas/ de las peores,/ ensalzó unas,/ menospreció otras,/ estableció una sutil escala/ que se extendía/ desde lo óptimo/ a lo más raro/ y lo insignificante,/ y acabó finalmente/ por compararlas todas./ Comenzaba el hombre/ a alejarse/ con su carretilla,/ cuando se detuvo de pronto/ y se aproximó de nuevo/ al comandante./ Oiga usted, caballero,/ le dijo./ Si le interesan/ todas estas cosas/ no tiene usted/ más que subirse a esa tapia./ ¡Ah, esa tapia!/ exclamó escandalizado/ el comandante,/ cuya alma convencional/ desfallecía ante la simple idea/ de tan fantástico atropello./ En ese jardín/ se encuentra/ la más hermosa colección/ de pensamientos amarillos/ que existe en Inglaterra,/ susurró el tentador./ Yo le ayudaré a subir./ Nadie sabrá jamás/ cómo sucedió aquello,/ pero el entusiasmo positivo/ que sintió el comandante/ triunfó sobre sus firmes convicciones,/ y dando un hábil salto/ que probaba/ que no necesitaba ayuda,/ se encontró encaramado/ a la enorme tapia/ que rodeaba el extraño jardín./ Su mirada se posó/ en el jardín,/ y divisó un inmenso dibujo/ de pensamientos./ Las flores eran magníficas./ Brown se volvió rápidamente/ a mirar hacia el camino./ El hombre de la carretilla/ había desaparecido/ como por encanto./ Contempló de nuevo/ el jardín/ y su increíble inscripción./ Otro hombre habría pensado/ que se había vuelto loco,/ pero Brown no imaginaba/ tal cosa./ Sabía por experiencia/ que aquella labor de jardinería/ era costosa y entretenida./ En aquel preciso instante/ un robusto anciano/ de patillas blancas,/ que se encontraba/ en el jardín,/ alzó la vista/ y al ver a Brown/ se le cayó la regadera/ que llevaba en la mano/ y que formó un charco de agua/ entre los guijarros/ del sendero./ ¿Quién diablos es usted?/ murmuró estremecido/ por violentos temblores./ Soy el comandante Brown,/ dijo nuestro hombre,/ que conservaba siempre/ la sangre fría/ en los momentos de acción./ El anciano se quedó/ con la boca abierta/ como un perro monstruoso./ Al  fin, balbuceó/ alocadamente:/ ¡Baje! ¡Baje aquí!/ ¡A sus órdenes!/ dijo el comandante,/ dejándose caer/ sobre la hierba/ sin que se le escurriera/ de la cabeza/ el sombrero de copa./