/El anciano/ se dio la vuelta/ y echó a correr/ como un pato/ hacia la casa,/ seguido a grandes zancadas/ por el comandante./ Le condujo/ a través de los pasillos/ de una casa sombría/ pero suntuosamente adornada,/ hasta que llegaron/ a la puerta de entrada./ Entonces el anciano/ se volvió hacia Brown/ con una cara/ que reflejaba/ un terror indescriptible./ ¡Por lo que más quiera,/ no mencione a los chacales!/ le rogó./ A continuación/ abrió la puerta,/ dejando penetrar/ la luz de una lámpara/ y huyó estrepitosamente/ escalera abajo./ El comandante entró/ con el sombrero en la mano/ en una sala suntuosa/ y resplandeciente,/ repleta de adornos de bronce/ y cortinajes de recargados colores./ Brown solía utilizar/ los mejores modales del mundo,/ y aunque no se lo esperaba,/ no se quedó nada desconcertado/ al ver que la única persona/ que ocupaba el aposento/ era una señora mayor/ que se hallaba sentada/ junto a la ventana/ mirando al exterior./ Señora, dijo/ inclinándose con sencillez,/ soy el comandante Brown./ Siéntese, dijo la mujer/ sin volver la cabeza./ Era una mujer esbelta,/ vestida de verde,/ con la cabellera rubia/ y un perfume/ que le recordaba/ el parque de Bedford./ Supongo que vendrá usted/ a torturarme a propósito/ de las odiosas criaturas,/ dijo con tono apagado./ Vengo a preguntar/ por el jardín,/ repuso el comandante./ Brown hablaba con acritud/ porque la cosa/ le había llegado al alma./ No es posible describir/ el efecto que producía/ en el espíritu del comandante/ la escena de aquel plácido/ y soleado jardín,/ la incitación/ que aquello constituía/ para una persona como él./ Reinaba en el aire/  una calma infinita,/ y la propia hierba/ parecía de oro/ en el sitio mismo/ en que las flores resplandecían./ Ya sabe usted/ que no puedo volverme/ dijo la dama./ Hasta que suenen las seis/ tengo que permanecer/ todas las tardes/ mirando la calle./ Impulsado por una rara inspiración,/ el pragmático militar/ decidió aceptar/ sin extrañeza/ estos irritantes enigmas./ Ya van a ser las seis, dijo./ Y apenas/ terminó de hablar,/ el antiguo reloj de bronce/ que colgaba de la pared/ dió la primera campanada./ Cuando terminaron/ de dar las seis,/ la mujer se puso/ bruscamente de pie/ y se volvió/ hacia el comandante./ Era una de las caras/ más extrañas/ y a la vez atractivas/ que había visto/ en toda su vida./ Aunque seductor en extremo,/ era francamente el rostro/ de un ser sobrenatural./ Hace ya tres años/ que espero,/ exclamó la mujer./ Hoy es el aniversario./ Tanto esperar/ casi le hace a una desear/ que la horrenda cosa/ acabe de ocurrir/ ya de una vez./ Aún no había terminado/ de pronunciar estas palabras,/ cuando un grito/ surcó de pronto/ el silencio/ que les rodeaba./ A ras del suelo/ de la calle/ se oyó una voz/ que gritaba/ con ronca/ y despiadada claridad:/ ¡Comandante Brown!/ ¡Comandante Brown!/ ¿Dónde vive el chacal?/ Brown sabía actuar/ con rapidez./ En silencio/ y con grandes zancadas/ se encaminó/ a la puerta de entrada/ y miró al exterior./ No se advertía/ ningún vestigio de vida/ en medio de la niebla,/ donde comenzaban/ a brillar/ las luces amarillentas/ de uno o dos faroles./ Al volverse,/ encontró temblando/ a la dama de verde./ ¡Esto es el fin!/ exclamó la mujer/ con los labios alterados./ ¡Será la muerte/ para los dos!/ Siempre que…/ Pero sus palabras/ fueron ahogadas/ por otra ronca invocación/ procedente de la tenebrosa calle,/ y articulada de nuevo/ con precisión tremenda./ ¡Comandante Brown!/ ¡Comandante Brown!/ ¿Cómo murió el chacal?/