/Brown se precipitó/ a la calle,/ pero nuevamente/ se vio defraudado./ No se veía a nadie,/ aun cuando la calle/ era demasiado larga/ y solitaria/ para que aquel/ misterioso personaje/ hubiera podido huir./ A pesar de su sensatez,/ el comandante se hallaba/ un tanto sobrecogido,/ y al cabo de un rato/ decidió regresar/ a la sala./ Pero apenas había dado/ unos cuantos pasos/ cuando se oyó de nuevo/ la terrorífica voz:/ ¡Comandante Brown!/ ¡Comandante Brown!/ ¿Dónde…?/ De un salto,/ Brown se lanzó/ nuevamente a la calle/ y logró llegar a tiempo…/ a tiempo de ver algo/ que le heló la sangre/ que corría por sus venas./ Los gritos parecían provenir/ de una cabeza sin cuerpo/ que reposaba en el pavimento./ Un instante después/ el lívido comandante/ comprendió de qué se trataba:/ un hombre asomaba la cabeza/ por la trampilla/ de la carbonera/ que daba a la calle./ Inmediatamente la cabeza/ desapareció una vez más,/ y entonces/ el comandante Brown/ se volvió hacia la señora./ ¿Por dónde se entra/ a la carbonera?/ le preguntó/ dirigiéndose al pasillo./ Ella se le quedó mirando/ con ojos enloquecidos./ ¿No irá usted a bajar solo/ a esa oscura cueva, exclamó,/ estando allí esa fiera?/ ¿Es por aquí?, dijo Brown,/ y descendió los escalones/ de la cocina/ de tres en tres./ El comandante/ abrió la puerta/ de una tenebrosa cavidad/ y se introdujo en ella/ a la vez que se palpaba/ los bolsillos de la chaqueta/ en busca de las cerillas./ Cuando tenía la mano derecha/ ocupada en este menester,/ brotaron en la oscuridad/ un par de manos/ enormes y viscosas/ que según todas las apariencias/ pertenecían a un hombre/ de gigantesca estatura./ Le agarraron por la nuca/ y le obligaron a doblarse/ en las asfixiantes tinieblas./ Aunque el comandante/ tenía oprimida la cabeza,/ conservaba toda su lucidez./ Sin ofrecer la menor resistencia,/ cedió a la presión,/ hasta que casi se vio/ postrado a cuatro patas,/ y en ese momento,/ al advertir/ que las rodillas/ del monstruo invisible/ se encontraban tan solo/ a un palmo de distancia,/ no hizo más que extender/ una de sus largas, huesudas/ y diestras manos,/ agarró la pierna por un músculo/ y la arrancó del suelo./ El gigantesco adversario/ se desplomó estrepitosamente./ El misterioso personaje/ forcejeó por levantarse,/ pero el comandante Brown/ había caído sobre él/ como si fuera un gato./ Los dos rodaron/ por el suelo/ una y otra vez./ A pesar de su corpulencia,/ resultaba evidente/ que el agresor/ sólo pensaba en la fuga./ Daba saltos de un lado a otro/ para tratar/ de alcanzar la puerta,/ pero el obstinado comandante/ le había cogido con fuerza/ por el cuello de la chaqueta,/ en tanto que/ con la mano libre/ se agarraba a una viga./ Al fin consiguió hacer/ un violento esfuerzo/ para obligar a retroceder/ a aquel toro humano,/ en cuyo empeño/ el comandante creyó/ que se le rompería la mano/ y también parte del brazo,/ pero fue otra cosa/ lo que se rompió,/ y la robusta silueta/ desapareció por la puerta/ de la carbonera/ dejando en poder de Brown/ una chaqueta desgarrada,/ único fruto de su aventura/ y único indicio/ para resolver el misterio,/ pues cuando el comandante/ subió de nuevo al salón,/ la extraña dama,/ los suntuosos cortinajes/ y todos los demás adornos/ de aquella casa/ habían desaparecido./ Sólo veía el entarimado/ y las blancas paredes./ La señora formaba parte/ de aquel extraño complot,/ no cabe duda,/ añadió Rupert,/ con aire pensativo./ El comandante Brown/ se puso colorado./ Perdone usted, dijo,/ pero no lo creo./ Rupert enarcó las cejas/ y le miró un instante,/ pero no dijo nada./ Unos segundos después/ Rupert preguntó:/ ¿Había algo en los bolsillos/ de la chaqueta desgarrada?/ Había siete peniques y medio/ en calderilla/ y una moneda de tres peniques,/ dijo el comandante/ con meticulosidad./ También había una pipa,/ un trozo de cuerda/ y esta carta./ Y la depositó/ sobre la mesa./ Decía lo siguiente:/ Querido señor Plover:/ Me entero, con pesar,/ que se han producido/ algunas dilaciones/ en el asunto/ del comandante Brown./ Procure que,/ según se ha convenido,/ sea atacado mañana./ En la carbonera,/ por supuesto./ De usted afectísimo,/ P. G. Northover./ Rupert Grant escuchaba/ la lectura de la carta,/ inclinado hacia delante/ y mirando/ con ojos de lince./ De pronto preguntó:/ ¿Está fechada en algún sitio?/ No… Digo, sí,/ repuso Brown,/ mirando el papel./ 14, Tamers Court, North…/ Rupert se puso en pie/ de un salto,/ dando una palmada./ ¿Qué hacemos aquí entonces?/ Vamos para allá./ Basil, déjame tu revólver./