/Basil tenía los ojos/ fijos en las ascuas,/ como un hombre hipnotizado/ y tardó algún tiempo/ en poder contestar./ De verdad no creo/ que necesites el revólver,/ le contestó./ Puede que no,/ contestó Rupert,/ poniéndose el abrigo./ Vaya usted a saber./ Pero cuando se va/ a un callejón oscuro/ en busca de unos criminales…/ ¿Crees que se trata/ de criminales?/ le preguntó su hermano./ Rupert se echó a reír/ a carcajadas./ Es posible que a ti/ te pueda parezcer/ un experimento inocente/ ordenar a un subalterno/ que estrangule/ a un hombre inofensivo/ en una carbonera, pero…/ ¿Crees de verdad/ que querían estrangular/ al comandante?/ preguntó Basil/ con el mismo tono distante./ Querido amigo,/ compruebo claramente/ que estabas dormido./ Mira esta carta./ Ya veo la carta,/ repuso tranquilamente/ el desequilibrado juez,/ aunque lo cierto era/ que seguía contemplando/ el fuego de la chimenea./ No creo que sea ésa/ la carta que un criminal/ escribiría a otro./ ¡Hijo mío,/ eres maravilloso!/ exclamó Rupert/ dando media vuelta/ con sus ojos azules/ chispeantes de risa./ Tus métodos me desconciertan./ Porque, en fin,/ la carta está aquí./ La tenemos aquí escrita/ y en ella se ordena/ la ejecución de un crimen./ Basil Grant le escuchaba./ Todo eso está muy bien,/ repuso al final;/ pero, desde luego,/ no es ésa la lógica/ que aquí hace falta/ precisamente./ Se trata de una cuestión/ de atmósfera espiritual./ Ésa no es una carta criminal./ Sí que lo es./ Es un hecho indiscutible,/ exclamó el otro/ en un arrebato de cordura./ ¡Los hechos!/ murmuró Basil,/ como quien mencionara/ unos animales extraños. / ¡Cómo oscurecen los hechos/ toda la verdad!/ Yo seré un insensato/ pero nunca he podido creer/ en ese hombre…/ ¿cómo se llama/ el protagonista/ de esas famosas historias?/ Sherlock Holmes./ Todos los detalles/ conducen a algo,/ no cabe duda;/ pero por regla general/ a algo equivocado./ Los hechos apuntan,/ a mi parecer,/ en todas direcciones,/ como las ramas de un árbol./ Únicamente es la vida del árbol/ la que ofrece unidad/ y la que se eleva./ Pero, ¿qué demonios/ puede significar esta carta/ si no es de un criminal?/ Tenemos toda la eternidad/ para pensarlo,/ repuso el místico./ Puede significar/ una infinidad de cosas./ Yo no he visto aún/ ninguna de ellas./ Sólo he visto la carta/ y me basta verla para decir/ que no es de un criminal./ Pero, ¿cuál es su origen?/ No tengo la menor idea./ En ese caso,/ ¿por qué no admites/ la explicación vulgar?/ Basil siguió contemplando/ las brasas humeantes/ y pareció reconcentrar/ todos sus pensamientos./ Al final, dijo:/ Supongamos que salieras/ a pasear en una noche de luna./ Supongamos que fueras/ a través de calles/ y plazas silenciosas/ hasta llegar a un amplio desierto/ y que entre otros monumentos/ descubrieras una estatua/ ataviada como una corista/ que bailara/ a la luz de la luna./ Y supongamos/ que al fijarte mejor/ observaras que se trataba/ de un hombre disfrazado./ Finalmente supongamos/ que miraras más atentamente/ y pudieras comprobar/ que era Lord Kitchener./ ¿Qué es lo que pensarías.?/ Basil hizo una pausa,/ y luego prosiguió:/ No podrías adoptar/ la explicación vulgar./ La explicación vulgar/ que puede darse/ por llevar indumentarias singulares/ es que le sienten bien a uno,/ y creo que no pensarías/ que Lord Kitchener/ se había vestido de bailarina/ por pura vanidad personal./ Es más probable que pensaras/ que habría heredado/ el gusto por el baile/ de alguna tatarabuela,/ o que habría sido hipnotizado,/ o amenazado de muerte/ por una sociedad secreta/ si rehusaba pasar/ la prueba de acceso./ En mis tiempos/ de actividad pública/ conocí bien a Kitchener./ También conozco esa carta,/ y conozco muy bien/ a los criminales./ Ésa no es la carta de un criminal./ Es una cuestión de ambiente./