/Finalmente,/ el sonido de la pluma/ de Northover/ fue ahogado/ por un golpe en la puerta./ Casi al mismo tiempo/ se movió el picaporte/ y el señor Hopson/ entró de nuevo/ con la misma celeridad silenciosa,/ y después de depositar un papel/ delante del jefe/ volvió a desaparecer./ El hombre de la mesa/ se atusó y retorció/ las puntas del bigote,/ mientras su mirada/ recorría el documento./ De pronto cogió la pluma/ frunciendo ligeramente el ceño/ y alteró algo,/ murmurando ¡qué descuido!/ ¡Qué descuido!/ Después leyó de nuevo el papel/ con la misma hermética atención/ y por último,/ se lo tendió al comandante,/ cuya mano tamborileaba/ furiosamente/ en el respaldo de la silla./ Supongo que usted/ estará conforme,/ comandante, le dijo./ El comandante miró el papel./ Si estaba conforme o no,/ más adelante se verá;/ pero lo leyó./ Pero…, dijo Brown/ después de una pausa mortal,/ mientras los ojos amenazaban/ con salírsele de las órbitas./ ¿Qué demonios es esto?/ ¿Que qué es? repitió Northover,/ enarcando las cejas/ con regocijo./ Pues es una cuenta, naturalmente./ ¡Mi cuenta!/ exclamó el comandante,/ que creía perder el juicio./ ¡Mi cuenta!/ Pero, ¿qué es/ lo que usted pretende?/ ¡Hombre! repuso Northover/ riéndose a carcajadas./ Lo que yo querría,/ por supuesto,/ es que me la abonara./ Al pronunciar estas palabras,/ la mano del comandante/ se apoyaba todavía/ en el respaldo de la silla./ Sin inmutarse apenas,/ el militar levantó la silla/ con una mano/ y se la tiró a Northover/ a la cabeza./ Las patas de la silla/ se destrozaron contra la mesa,/ de suerte que Northover/ sólo recibió un golpe/ en el codo/ al mismo tiempo/ que se ponía en pie de un salto/ con los puños crispados./ Todos nosotros/ nos echamos encima de él/ como una avalancha/ mientras la silla/ rodaba por el suelo/ estrepitosamente./ ¡Soltadme, granujas! gritó./ ¡Silencio! exclamó Rupert/ con tono autoritario./ La acción del comandante Brown/ es excusable./ El abominable crimen/ que usted ha intentado…/ Todo cliente/ tiene perfecto derecho/ a discutir una partida abusiva,/ le interrumpió Northover/ acaloradamente,/ pero, ¡caramba!,/ no a tirarle a uno/ los muebles a la cabeza./ ¡Por Dios Santo!/ ¿Qué es lo que quiere decir/ con sus clientes/ y sus partidas?/ gritó el comandante Brown,/ cuyo carácter imperturbable/ en el dolor y en el peligro,/ se desquiciaba por completo/ en presencia de un prologado/ y exasperante misterio./ ¿Quién es usted?/ Yo no le he visto en mi vida/ ni sé nada/ de sus estúpidas/ e insolentes cuentas./ Lo único que sé/ es que uno de sus malditos compinches/ trató de estrangularme…/ ¡Locos! exclamó Northover,/ mirando atónito/ a su alrededor./ ¡Todos están locos!/ ¡No sabía que anduvieran sueltos/ de cuatro en cuatro!/ ¡Basta de tonterías!/ dijo Rupert./ Sus crímenes han sido descubiertos./ En cada esquina hay apostado/ más de un policía./ Aun cuando yo solo soy/ un detective particular,/ asumo la responsabilidad/ de informarle/ que todo cuanto diga…/ ¡Locos! repitió Northover/ con aire agobiado./ En aquel preciso instante/ se oyó entre ellos,/ por primera vez,/ la voz extraña y soñolienta/ de Basil Grant./ Comandante Brown, dijo,/ ¿puedo hacerle una pregunta?/ El militar volvió la cabeza/ con evidente desconcierto./ ¿Usted? exclamó./ Claro, señor Grant./ ¿Puede decirme,/ dijo el místico/ con la cabeza inclinada/ y las cejas hundidas/ mientras trazaba un dibujo/ en el suelo con su bastón,/ puede decirme/ cómo se llamaba el individuo/ que vivió en su casa/ antes que usted?/ El desconcierto del comandante/ no hizo sino aumentar/ con este último/ e inútil desatino/ y contestó con cierta vaguedad:/ Sí, creo que sí./ Era un hombre/ llamado Gurney,/ y algo más…/ Era un nombre con guión./ Gurney-Brown: eso creo./