/¿Y recuerda cuándo/ cambió de dueño la casa?/ preguntó Basil/ alzando la vista./ Sus extraños ojos/ relucían con brillante fulgor./ Yo la ocupé el mes pasado,/ repuso el comandante./ Al oír esto/ el criminal Northover/ se desplomó de pronto/ en su amplia silla/ y estalló en carcajadas./ ¡Oh! ¡Graciosísimo! dijo,/ dándose puñetazos en los brazos./ Northover se reía/ de modo ensordecedor./ Basil Grant hacía lo mismo/ pero en silencio./ En cuanto a los demás,/ sólo sentíamos/ que nuestras cabezas/ eran como endebles veletas/ bajo la furia del vendaval./ ¡Por Dios santo, Basil!/ exclamó Rupert pataleando./ Si no quieres/ que me vuelva loco/ y te vacíe tu metafísica mollera,/ haz el favor de explicarme/ lo que significa todo esto./ Northover se levantó./ Caballero, permítame/ que me explique, dijo./ Y ante todo, permítame usted,/ comandante Brown,/ que le presente mis excusas/ por un error imperdonable/ que le ha causado a usted/ molestias e inquietudes,/ ante las cuales, por cierto,/ se ha comportado usted,/ si me permite decírselo,/ con asombroso valor/ y con suma dignidad./ Por supuesto,/ no tiene usted/ por qué preocuparse de la cuenta./ Todos los gastos/ corren a nuestro cargo./ Y rasgando el papel/ por la mitad,/ lo arrojó al cesto de los papeles/ e hizo una reverencia./ Pues no entiendo una palabra,/ exclamó. ¿Qué cuenta?/ ¿Qué error? ¿Qué pérdida?/ El señor P. G. Northover/ se adelantó hasta el centro/ de la estancia/ con aire pensativo/ y no poca dignidad./ Visto más de cerca,/ se observaban en él/ algunas otras cosas/ que su bigote;/ en particular,/ un rostro enjuto/ y cetrino de halcón/ que no dejaba de reflejar/ una profunda inteligencia./ De repente dirigió la mirada/ hacia el militar./ ¿Sabe usted dónde se encuentra/ en este momento, comandante?/ le preguntó./ Bien sabe Dios/ que no lo sé,/ contestó el militar/ con franqueza./ Se encuentra usted,/ afirmó Northover,/ en las mismas oficinas/ de la Agencia de Aventuras Ltd./ ¿Y qué demonios es eso?/ preguntó atónito Brown./ El hombre de negocios se inclinó/ sobre el respaldo de la silla/ y clavó sus negros ojos/ en el semblante del otro./ Comandante, le dijo,/ ¿no le ha ocurrido a usted nunca,/ cuanto caminaba/ por una calle desierta/ en una tarde de ocio,/ experimentar un deseo invencible/ de que se produjera algo,/ pero algo peligroso y temible,/ algo incompatible/ con una vida tranquila,/ algo desconocido,/ algo absorbente,/ algo desprendido de su anclaje/ que bogara en libertad?/ ¿No ha sentido usted nunca eso?/ No, por cierto,/ contestó secamente el comandante./ En ese caso/ tendré que explicarme mejor,/ agregó Northover con un suspiro./ La Agencia de Aventuras/ ha sido creada para atender/ a un gran deseo moderno./ Por todas partes,/ en la conversación/ y en la literatura,/ se manifiesta el deseo/ de acontecimientos inesperados,/ de algo que nos sorprenda/ y nos conduzca por insospechados/ y sublimes derroteros./