/El primer peligro/ al que estaba expuesto/ era que el carcelero,/ cuando le llevara su comida/ a eso de las siete,/ podría darse cuenta/ de la sustitución/ que había realizado./ Por fortuna,/ Dante había recibidio/ más de veinte veces/ acostado al carcelero,/ ya fuese por aislamiento,/ ya por cansancio,/ y en este caso generalmente/ aquel hombre dejaba sobre la mesa/ el escaso pan y la triste sopa/ y se iba sin dirigirle la palabra./ Pero esa vez/ el carcelero podía hablarle/ y como Dantés no le respondería,/ podría acercarse a la cama/ y descubrirlo todo./ Hacia las siete de la noche/ fue cuando empezaron,/ a decir verdad,/ las agonías de Dantés./ Con una mano/ apoyada en el pecho/ trataba de ahogar/ los latidos de su corazón/ mientras enjugaba con la otra/ el sudor de su frente,/ que corría hasta por sus mejillas./ De vez en cuando/ todo su cuerpo se estremecía/ con un temblor convulsivo,/ oprimiéndosele el corazón/ como si estuviese sometido/ a la presión de un torno./ Transcurrían las horas/ sin que en el castillo/ se notase ningún movimiento/ por lo que comprendió/ que se había librado/ del primer peligro./ Para el esto significaba/ una señal de buen agüero./ Por último,/ a la hora señalada/ por el gobernador,/ se oyeron pasos en la escalera./ Edmundo supo entonces/ que el momento había llegado,/ y llamó en su ayuda/ todo su valor,/ conteniendo su aliento./ Habría estado más tranquilo/ si hubiera podido contener/ de igual modo los violentos latidos/ de su propio corazón./ Se oían los pasos,/ que iban en aumento./ Se detuvieron en la puerta./ Dantés supuso entonces/ que eran dos los enterradores/ que iban a buscarle./ Esta sospecha se transformó/ en segura certidumbre/ cuando oyó el ruido que hacían/ al poner en el suelo/ la camilla que traían./ Se abrió la puerta/ y una luz confusa/ hirió los ojos de Edmundo./ A través del lienzo/ que le envolvía,/ pudo ver cómo se acercaban/ dos sombras a su cama,/ en tanto que otra,/ con un farol en la mano,/ se quedó a la puerta./ Cada uno de los enterradores/ que se acercaron a la cama/ agarró el saco/ por uno de sus extremos./ Para ser viejo/ y estar tan flaco,/ éste pesa bastante,/ dijo uno de ellos/ levantando la cabeza de Dantés./ He oído decir/ que el peso de los huesos/ aumenta media libra/ todos los años,/ contestó el otro/ asiéndole por los pies./ ¿Has hecho el nudo?/ preguntó el primero./ Sería una buena tontería/ añadir un peso inútil./ Lo haré cuando salgamos./ Tienes razón. Vamos./ ¿Para qué será ese nudo?,/ se preguntaba Dantés./