/Desde el catre de la celda/ trasladaron a la camilla/ al falso muerto./ Edmundo se puso/ todo lo rígido que pudo/ para desempeñar mejor/ su papel de cadáver./ Le colocaron después/ sobre la camilla,/ y alumbrados por el del farol,/ que iba delante de los tres,/ empezaron a subir la escalera./ De repente,/ el aire fresco de la noche,/ en el que Dantés/ reconoció al mistral,/ azotó su cuerpo./ Esta súbita sensación/ fué a la vez angustiosa y dulcísima./ A unos veinte pasos/ se detuvieron los que le llevaban,/ y pusieron en el suelo/ la camilla que le transportaba./ Uno de los enterradores/ debió de alejarse un poco,/ porque Edmundo oyó sus pisadas/ retumbando en las losas./ ¿Dónde estoy?, se preguntó./ ¿Sabes que no pesa poco?/ dijo el que había permanecido/ junto a Dantés,/ sentándose al borde/ de la camilla./ La primera idea de Dantés/ fué escaparse entonces,/ pero por fortuna se contuvo./ Alúmbrame, animal,/ dijo el que se había separado,/ alúmbrame o no podré encontrar/ lo que estoy buscando./ El hombre de la linterna/ obedeció al enterrador,/ aunque, como se ha visto,/ no tenía nada de cortés./ ¿Qué buscará? dijo para sí Dantés,/ sin duda un azadón/ para enterrarme./ Una exclamación dio a entender/ que el enterrador había encontrado/ al final lo que buscaba./ Menudo trabajo ha costado,/ replicó el otro./ Sí, pero nada se ha perdido/ por esperar un momento,/ contestó el primero./ Y dicho esto/ se acercó a Edmundo,/ que oyó poner a su lado/ una cosa pesada y sonora./ Al mismo tiempo/ una cuerda atada a sus pies/ le causó una viva/ y dolorosa impresión./ ¿Está ya hecho el nudo?/ preguntó el enterrador/ que no se había movido de allí./ Y bien hecho, respondió el otro./ Pues en marcha./ Y volviendo a agarrar la camilla/ siguieron su camino./ A los cincuenta pasos/ sobre poco más o menos/ hicieron un alto/ para abrir una puerta,/ y volvieron a proseguir su camino./ El rumor de las olas,/ estrellándose en las rocas/ que sirven de base al castillo,/ iba llegando a Dantés/ con mayor claridad/ a medida que iban avanzando./ ¡Mal tiempo hace!/ dijo uno de los hombres./ No está el mar/ para bromas esta noche./ El abate corre peligro/ de quedarse anclado./ Y ambos soltaron una carcajada./ Aunque Dantés no los comprendió,/ sus cabellos se erizaron./ Bien. Ya hemos llegado,/ dijo el primero./ Más allá, más allá,/ repuso el otro./ ¿No te acuerdas/ que el último muerto/ se quedó en el camino,/ destrozado entre las rocas,/ y que el gobernador/ nos regañó al día siguiente?/ Subiendo constantemente,/ dieron cuatro o cinco pasos más;/ luego sintió Edmundo/ que le cogían por los pies/ y por la cabeza/ y que le balanceaban./ ¡A la una! dijeron los enterradores./ ¡A las dos! ¡A las tres!/ Dantés se sintió lanzado/ en ese mismo momento/ a un inmenso vacío,/ surcando los aires/ como un pájaro herido de muerte,/ y bajando, bajando/ a una velocidad/ que le helaba el corazón./ Aunque le atraía hacia abajo/ una cosa pesadísima/ que precipitaba su rápido vuelo,/ le pareció como si aquella caída/ durase un siglo,/ hasta que, por último,/ con un ruido espantoso,/ se hundió en un agua helada/ que le hizo exhalar/ un grito, ahogado/ en el mismo instante/ de sumergirse./ Edmundo había sido arrojado al mar/ con una bala de treinta y seis/ atada a sus pies./ El cementerio del castillo de If/ era el mismo mar./