/Aunque aturdido y sofocado,/ Dantés tuvo sin embargo/ suficiente presencia de ánimo/ para contener su respiración,/ y como llevaba preparada/ su mano derecha/ para cualquier evento,/ según ya hemos contado,/ y empuñando el cuchillo,/ rasgó el saco de un solo golpe,/ y pudo sacar el brazo/ y también la cabeza,/ pero a pesar/ de todos sus esfuerzos/ para levantar la bola,/ se sintió cada vez/ más y más agarrotado./ Entonces se agachó/ hasta alcanzar la cuerda/ que ataba sus piernas,/ y con un esfuerzo supremo/ consiguió cortarla/ cuando ya le iba faltando/ hasta la respiración./ Hizo en seguida/ un hincapié vigoroso,/ y subió desembarazado/ a la superficie del mar,/ mientras la bala se hundía/ en los profundos abismos/ junto con aquella tela grosera/ que, a poco más,/ se convierte en su mortaja./ No estuvo en la superficie/ más que el tiempo necesario,/ pues volvió a zambullirse/ a continuación,/ porque la primera precaución/ que debía de tomar/ era que no le viesen./ Cuando apareció sobre el agua/ en la segunda ocasión,/ se hallaba por lo menos/ a cincuenta pasos del sitio/ en que cayó al agua./ Sobre su cabeza/ veía un cielo tempestuoso y negro,/ en donde el aire/ hacía rodar nubes ligeras,/ descubriendo un pedazo azul/ en que brillaba una estrella./ Ante sus ojos/ se extendía el mar/ sombrío y rugiente,/ cuyas olas comenzaban a hervir/ como al principio/ de una tempestad,/ y a su espalda,/ más negro que el cielo/ y que el mar,/ se destacaba/ como un fantasma amenazador/ el gigante castillo de piedra/ cuya lúgubre cúpula/ parecía un brazo extendido/ para recobrar su presa./ En la roca más alta/ se veía brillar un farol/ alumbrando a dos sombras./ A Edmundo le pareció/ que estas dos sombras/ se inclinaban hacia el mar,/ examinándolo con inquietud./ En efecto,/ aquellos enterradores/ debieron de oír el grito/ que exhaló Danté/ al atravesar el espacio./ Danté se zambulló de nuevo,/ y nadando entre dos aguas/ anduvo bastante trecho./ Esta maniobra/ le había sido muy familiar/ en otro tiempo,/ y atraía a su alrededor/ en la ensenada del Faro/ a muchos admiradores/ que le proclamaban/ el más hábil nadador/ de toda Marsella./ Cuando volvió a salir a flote,/ la linterna había desaparecido./ Lo que importaba entonces/ era orientarse cuanto antes./ De todas las islas/ que rodean el castillo de If,/ Pomegue y Ratonneau/ eran las más cercanas,/ pero Pomegue y Ratonneau/ estaban habitadas,/ así como la islilla de Daume./ Las que ofrecían más seguridad/ a juicio de Edmundo/ eran la isla de Tiboulen/ o la de Lemaire./ Ambas estaban a una legua/ del castillo de If./