/Dantés decidió dirigirse/ a una de la isla de Tiboulen,/ pero ¿cómo encontrarla/ en medio de la oscuridad/ que le rodeaba?/ En aquel momento/ vio brillar como una estrella/ el faro de Planier./ Se dirigio derecho al faro,/ teniendo en cuenta que dejaba/ un tanto a la izquierda/ la isla de Tiboulen,/ y torciendo aún más/ hacia aquel lado,/ debía de hallar a Tiboulen/ en su camino./ Pero ya hemos advertido/ que desde el castillo de If/ hasta esta isla/ hay una legua por lo menos./ Faria solía repetir al joven/ cuando estaban en prisión:/ Dantés, no os entreguéis/ de ese modo a la pereza./ Si no ejercitáis las fuerzas,/ os ahogaréis el día/ que queráis escaparos./ Estas sabias palabras/ zumbaron en los oídos de Dantés,/ cuando cortaba por el fondo/ las saladas olas,/ y se dio prisa/ por salir a flote/ para convencerse/ de que no había perdido/ todas sus fuerzas./ Efectivamente,/ lleno de júbilo/ vio que su forzosa inacción/ no le había quitado/ vigor ni agilidad,/ y que era todavía el nadador/ que había sido de joven./ El miedo, por otra parte,/ ese rápido perseguidor,/ doblaba sus bríos;/ agazapado en la cresta de las olas,/ se ponía a escuchar/ por si llegaba a sus oídos/ algún rumor/. Cuando una ola/ le levantaba a los cielos,/ con una mirada rápida/ abarcaba todo el horizonte/ que podía ser visible,/ tratando de penetrar/ en las densas tinieblas./ Cada ola que fuese/ un poco más elevada que las demás/ le parecía un barco/ que le perseguía,/ y redoblaba sus esfuerzos,/ que aunque le alejasen del castillo/ iban a agotar muy pronto/ todas sus fuerzas./ Seguía, pues, nadando,/ y ya el terrible castillo/ se quedaba confundido/ entre los vapores nocturnos./ No lo distinguía ya,/ pero lo sentía./ Nadando de este modo/ transcurrió una hora,/ hora en que Dantés,/ exaltado por el sentimiento de libertad/ que le dominaba,/ siguió cruzando las olas/ en la dirección que se trazaba./ Vamos, se dijo,/ pronto hará una hora/ que estoy nadando,/ pero como el viento/ está a mi contra,/ he debido adelantar/ una cuarta parte menos./ Sin embargo,/ no debo de estar ahora/ muy lejos de Tiboulen./ Pero ¡si me equivocase!/ Un súbito temblor/ conmovió todo el cuerpo/ del agotado nadador./ Procuró sostenerse de espaldas/ sobre el agua del mar/ para descansar un poco,/ pero el mar cada vez/ se iba poniendo más alborotado,/ y comprendió que le era imposible./ Sea, pues, se dijo./ Seguiré nadando/ hasta que mis brazos/ se agoten por completo/ y los calambres me acometan,/ y entonces… me iré al fondo./ Y continuó nadando/ con toda la fuerza/ y el brío de la desesperación./ De repente le pareció/ que el firmamento,/ ya bastante oscuro,/ se ennegrecía más y más/ y que una nube espesa y compacta/ bajaba hasta él./ Al mismo tiempo/ sintió en la rodilla/ un dolor fortísimo./ Con su rapidez incomparable/ la imaginación le hizo creer/ que aquello era/ la herida de una bala/ y que en seguida oiría/ la explosión del tiro,/ pero la detonación no sonó./ Dantés alargó la mano/ y halló un cuerpo resistente,/ encogió la otra pierna/ y tocó el suelo,/ y reconoció entonces qué cosa era/ lo que se había figurado una nube./ A veinte pasos se elevaba/ una mole de peñascos,/ de extraña forma,/ que parecía un cráter inmenso./ Era la isla de Tiboulen./ Dantés se levantó,/ dio algunos pasos adelante,/ y alabando a Dios,/ se tendió sobre aquellos guijarros,/ que entonces le parecieron más blandos/ que los colchones/ del lecho más mullido./ A pesar del viento y la borrasca,/ y de la lluvia que empezaba a caer,/ rendido como estaba de fatiga,/ se quedó profundamente dormido,/ con ese delicioso sueño/ que embarga al hombre/ cuya materia se aletarga,/ pero cuya alma permanece despierta/ con la maravillosa idea/ de una felicidad inesperada./