/Al cabo de una hora,/ le despertó el espantoso ruido/ de un ensordecedor trueno./ La tempestad se había desencadenado/ y batía el aire con furia./ De vez en cuando caía,/ como una serpiente de fuego,/ un rayo del cielo,/ iluminando las olas/ y también las nubes,/ que se perseguían/ las unas a las otras/ como en inmenso caos./ La vista perspicaz de marino/ no había engañado a Dantés./ Aquélla era, en efecto,/ la primera de las dos islas,/ la isla de Tiboulen./ Sabía que no ofrecía/ el menor asilo para él,/ pero cuando la tempestad cesase/ pensaba volverse a echar al mar/ en dirección a la isla de Lemaire,/ que aunque no menos árida,/ era algo más grande,/ y por consiguiente más hospitalaria./ Una peña cóncava prestó a Dantés/ un abrigo momentáneo;/ casi al mismo tiempo/ estalló la tempestad./ Edmundo sentía temblar/ bajo la peña en que se había guarecido,/ todas las olas,/ que azotando la base/ de aquella pirámide gigantesca,/ saltaban hasta él./ Aunque estaba en paraje seguro,/ con aquel ruido atronador,/ y aquellas ráfagas sulfúreas,/ experimentó una especie de vértigo./ Le parecía que la isla/ temblaba debajo de sus pies,/ y que de un momento a otro,/ como un navío anclado,/ iba a perder sus cables/ y a sepultarse/ en aquel inmenso torbellino./ Entonces recordó/ que hacía veinticuatro horas/ que no probaba bocado,/ tenía hambre y sed./ Extendió las manos y la cabeza,/ y bebió el agua de la tempestad/ recogida en el hueco de la roca./ Cuando se incorporaba,/ un repentino relámpago/ que parecía rasgar el cielo/ iluminó otra vez el espacio,/ mostrándole con su resplandor,/ entre la isla de Lemaire/ y el cabo de Croisille,/ a un cuarto de legua de distancia,/ como un espectro/ que resbala al abismo/ desde la cima de una ola,/ un pequeño barco pescador/ arrebatado a la vez/ por el viento y por el mar./ Un minuto después/ volvió a aparecer el fantasma/ encima de otra ola,/ acercándose con horrible rapidez./ El joven quiso gritarles,/ y aun buscó algún trapo/ que poder agitar/ para hacerles ver/ que estaban perdidos,/ pero bien lo conocían ellos./ A la luz de otro relámpago,/ Edmundo pudo vislumbrar/ a cuatro hombres agarrados/ a los palos y a los estayes,/ mientras otro sujetaba el mástil/ del tronchado timón./ Sin duda, aquellos hombres,/ tuvieron que verle/ como él los veía,/ porque llegaron a sus oídos/ gritos lastimeros/ entre el vendaval/ que silbaba furiosamente./ En la punta del palo mayor/ hecho ya trizas/ azotaban el aire/ los jirones de una vela,/ que de pronto se acabó de romper/ y desapareció en los abismos/ tenebrosos del espacio./ Al mismo tiempo,/ sonó un ruido espantoso,/ mezclado con gritos de angustia/ que llegaron hasta Dantés./ Agarrado como una esfinge/ de las rocas,/ abarcaba con sus ojos/ todo el abismo,/ y a la luz de otro relámpago/ pudo ver al barco irse a pique,/ y flotar entre sus restos/ cabezas de expresión desesperada/ y brazos levantados hacia el cielo./ Luego todo volvió a quedar/ sumergido en la oscuridad/ más completa de la noche./ Aquel terrible drama había durado/ lo mismo que un relámpago./ Corriendo el peligro/ de caer al mar,/ Danté se lanzó/ por la pendiente resbaladiza/ de las rocas y peñascos/ a mirar y a escuchar,/ pero nada vio y nada oyó./ Ni gritos ni cosas humanas,/ solamente la tempestad/ seguía azotando los vientos/ y las innumerables olas./ Según pasaba el tiempo,/ el viento fue calmándose./ Volvieron a centellear/ las estrellas en el cielo/ con su luz vivísima./ Luego por el Este/ una ráfaga azulada, algo negruzca,/ coloreó el horizonte./ Era el alba./