/Le pareció aquella vez/ que le agarraban/ por los cabellos,/ y luego perdió la vista/ y también el oído./ Se había desmayado./ Al abrir de nuevo los ojos,/ Dantés se halló/ en el puente de la tartana,/ que seguía su camino,/ y su primera mirada fue/ para ver cuál seguía;/ iba alejándose del castillo de If./ Tan debilitado estaba Dantés,/ que la exclamación de júbilo/ que pudo hacer/ pareció un suspiro de dolor./ Como dejamos dicho,/ estaba acostado en el puente;/ un marinero le frotaba/ los miembros con una manta;/ otro, a quien reconoció/ como el que le había gritado ¡ánimo!,/ le acercaba a los labios/ una cantimplora con ron,/ y otro marinero viejo,/ que era el piloto y patrón,/ le miraba con ese sentimiento/ de piedad egoísta/ que inspira generalmente/ a los hombres un desastre/ del que se han librado la víspera,/ y que puede sobrevenirles/ al día siguiente./ Algunas gotas de ron/ que contenía la cantimplora/ reanimaron al joven,/ a la vez que las friegas/ que seguía dándole el marinero./ ¿Quién sois? le preguntó/ en mal francés el patrón./ Soy un marinero maltés,/ respondió Edmundo/ en mal italiano./ Veníamos de Siracusa/ con un cargamento de vino,/ cuando la tormenta de esta noche/ nos sorprendió en el cabo Morgión,/ estrellándonos contra esas rocas/ que veis allá abajo./ ¿De dónde venís?/ De aquellas rocas,/ donde tuve la fortuna/ de poder agarrarme,/ mientras nuestro pobre capitán/ se hacía pedazos contra las rocas,/ los otros tres compañeros/ se ahogaron entre las olas/ y soy el único que se salvó./ Vislumbré vuestro barco,/ y como tuve miedo de quedarme/ en esta isla desierta,/ me atreví a lanzarme al agua/ y salir a vuestro encuentro/ en una tabla, resto del naufragio./ Gracias, gracias, siguió Dantés,/ me habéis salvado la vida./ Si uno de estos hombres/ no me agarra por los cabellos,/ era ya hombre muerto./ Fui yo, dijo un marinero/ de rostro franco y abierto,/ con grandes patillas negras./ Yo fui el que os saqué,/ y a tiempo, que ya os ibais al fondo./ Sí, amigo mío, sí;/ os doy las gracias/ por segunda vez, dijo Edmundo,/ tendiéndole la mano./ Anduve perplejo y dudoso,/ dijo el marino,/ porque con vuestra barba/ y vuestros cabellos tan largos,/ parecíais más un bandido/ que un hombre honrado./ Esto hizo recordar a Dantés/ que desde su entrada/ en el castillo de If,/ ni se había cortado el pelo/ ni afeitado tampoco./ Esto, dijo, es un voto que hice/ en un momento de grave peligro,/ a nuestra Señora la Virgen,/ de estar diez años sin afeitarme/ ni cortarme el pelo./ Hoy justamente cumplo el voto,/ y por cierto que a poco más/ me ahogo en el aniversario./ ¿Y qué hacemos con vos ahora?/ le preguntó el patrón./ ¡Ay!, respondió Dantés,/ haced lo que os parezca./ La barcaza que yo tripulaba/ se ha perdido en el mar,/ el patrón ha muerto,/ y como podéis comprobar,/ me he librado/ de la misma desgracia/ y me he quedado en cueros./ Para mi fortuna/ soy un marino bastante bueno,/ dejadme en el primer puerto/ en que atraquéis,/ que encontraré trabajo/ en algún barco mercante./ ¿Conocéis el Mediterráneo?/ Navego en él desde que era niño./ ¿Y conocéis también/ buenos lugares para atracar?/ Pocos puertos hay,/ aún entre los peores,/ en los que yo no pueda/ entrar y salir con los ojos cerrados./ Pues bien, patrón,/ dijo el marinero/ que había gritado ¡ánimo! a Dantés,/ si el camarada dice verdad,/ ¿por qué no había de quedarse/ con nosotros?/