/El solemne mayordomo/ ya le conocía/ y le dio la bienvenida./ Sin dilación le condujo/ hasta la puerta del comedor,/ donde sentado a la mesa,/ solo y saboreando/ una copa de vino,/ se hallaba el Dr. Lanyon./ Este era un hombre cordial,/ sano y vivaz,/ de semblante sonrojado,/ cabellos encanecidos/ y modales bulliciosos/ pero también decididos./ Al ver a Mr. Utterson/ se levantó rápidamente/ de su asiento/ y salió cariñosamente a recibirle/ tendiéndole ambas manos./ Su cordialidad podía resultar/ quizá un poco teatral/ a primera vista,/ pero respondía de verdad/ a un auténtico afecto./ Aquellos dos hombres/ eran viejos amigos,/ y antiguos compañeros,/ tanto de colegio como de universidad./ Se respetaban tanto a sí mismos/ como el uno al otro/ y ambos gozaban/ con la compañía del otro./ Tras unos momentos de divagación,/ el abogado encaminó la charla/ al tema que tan desagradablemente/ le preocupaba./ Supongo, Lanyon, dijo,/ que somos los amigos más antiguos/ que puede tener Henry Jekyll./ Ojalá no lo fuéramos tanto,/ dijo Lanyon riendo./ Supongo que no te equivocas./ ¿Y qué es de él?/ Últimamente le veo muy poco./ ¿De veras? dijo Utterson./ Creía que a los dos/ os unían intereses comunes./ Y así es, fue la respuesta./ Pero hace más de diez años/ que Henry Jekyll empezó/ a complicarse demasiado/ para mi gusto./ Se ha desquiciado mentalmente/ y aunque, como es natural,/ sigue interesándome/ sobre todo por consideración/ de los viejos tiempos,/ como suele decirse,/ lo cierto es que le veo/ y le he visto muy poco/ durante estos últimos meses./ Todos esos disparates/ tan poco científicos…/ añadió el doctor/ mientras su rostro adquiría/ el color de la grana./ Aquella ligera explosión de ira/ alivió en cierto modo a Mr. Utterson./ Difieren solamente/ en una cuestión científica,/ pensó para sí mismo./ Y por ser un hombre/ realmente desapasionado/ con respecto a la ciencia,/ llegó incluso a añadir:/ Sólo son pequeñeces./ Dio a su amigo unos segundos/ para que recuperase su compostura/ y abordó luego el tema/ que le había llevado/ hasta aquella casa./ ¿Conoces a ese tal Hyde? le preguntó./ ¿Hyde? preguntó Lanyon./ No. Nunca he oído hablar de él./ Debe de haberle conocido/ después de que yo dejara/ de frecuentar su trato./ Ésta fue toda la información/ que el abogado/ pudo llevarse consigo/ al lecho, grande y oscuro,/ en que se revolvió/ toda la noche/ hasta que las horas/ del amanecer/ comenzaron a hacerse cada vez más largas./ Fue aquélla una noche/ de poco descanso para su cerebro,/ que trabajó sin tregua/ enfrentado solo con la oscuridad/ y acosado también/ por infinitas interrogaciones./