/Mientras el mayordomo hablaba/ hizo pasar al visitante/ a un salón grande/ iluminado y confortable,/ de techo algo bajo/ y pavimento de losas,/ caldeado por un fuego/ que ardía alegremente/ en la chimenea./ Las paredes del salón/ estaban cubiertas/ por lujosos armarios de roble./ ¿Quiere esperar aquí/ junto al fuego, señor,/ o prefiere que le lleve/ hasta el comedor?/ Esperaré aquí, gracias,/ contestó el abogado./ Se aproximó después/ a la ardiente chimenea/ y se apoyó en la alta rejilla/ que había delante del fuego./ Aquella era sin duda/ la habitación favorita/ de su amigo el doctor,/ una estancia que Utterson/ habría descrito/ como la más acogedora/ de todo Londres./ Pero esa noche/ sentía que un estremecimiento/ corría por sus venas./ El rostro de Hyde/ no se apartaba de su memoria./ Experimentaba náuseas/ y repugnancia por la vida,/ algo muy raro en él/ y dado el estado de ánimo/ en que se hallaba,/ creía ver una amenaza/ en el resplandor del fuego/ que se reflejaba/ en la pulida superficie/ de los armarios de madera/ y en el inquieto danzar/ de las sombras en el techo./ Se avergonzó/ de la sensación de alivio/ que le invadió/ cuando Poole regresó/ para anunciarle/ que el Dr. Jekyll había salido./ He visto entrar a Mr. Hyde/ por la puerta de acceso/ a la antigua sala de disección,/ mi querido Poole,/ dijo Mr. Utterson./ ¿Le está permitido venir/ cuando el Dr. Jekyll/ no está en casa?/ Desde luego, Mr. Utterson,/ replicó el mayordomo./ Mr. Hyde tiene llave./ Entonces el Dr. Jekyll/ confía plenamente/ en ese hombre, Poole,/ continuó el otro pensativo./ Sí, señor, así es,/ le respondió Poole./ Todos tenemos orden/ de obedecerle./ No creo haber conocido nunca/ a Mr. Hyde, observó Utterson./ ¡No, por Dios, señor!/ Nunca cena aquí,/ replicó el mayordomo./ De hecho le vemos muy poco/ en esta parte de la casa./ Suele entrar y salir/ por el laboratorio./ Bueno, entonces me iré./ Buenas noches, Poole./ Buenas noches, Mr. Utterson./ El abogado salió hacia su casa/ presa de gran inquietud./ Pobre Henry Jekyll, se dijo./ Ha debido de tener/ una juventud desenfrenada./ Cierto que desde entonces/ ha pasado mucho tiempo,/ pero de acuerdo/ con la ley de Dios,/ las malas acciones/ nunca prescriben./ Tiene que ser eso,/ el terrible fantasma/ de un antiguo pecado./ Al fin el castigo/ llega inexorablemente,/ incluso años después/ de que el delito/ haya caído en el olvido/ y nuestra propia estimación/ haya perdonado ya la falta./ Y el abogado,/ asustado por sus pensamientos,/ meditó un momento/ sobre su propio pasado/ rebuscando en los rincones/ de su memoria/ para ver si recordaba/ haber cometido alguna acción/ que pudiera ser reprochable./ Pero su pasado estaba/ hasta cierto punto/ libre de culpas./ Pocos hombres/ podían pasar revista/ a su vida con menos temor,/ y sin embargo, Mr. Utterson/ sintió una enorme vergüenza/ por las malas acciones/ que había cometido/ y su corazón/ se elevó a Dios con gratitud/ por las muchas otras/ que había estado/ a punto de cometer/ y que sin embargo,/ había conseguido evitar./ Mientras seguía meditando/ sobre este tema,/ su mente se iluminó/ con un rayo de esperanza./ Pero ese Mr. Hyde, se dijo,/ tendrá que esconder/ sus propios secretos,/ secretos bastante negros/ a juzgar por su aspecto./ Las cosas no pueden seguir/ como están ahora./ Me repugna pensar/ que ese ser maligno/ pueda rondar como un ladrón/ al lado mismo del lecho/ del pobre Henry./ ¡Desgraciado Jekyll!/ ¡Qué amargo despertar!/ El peligro que corre,/ porque si ese tal Hyde/ llega a sospechar/ de la existencia del testamento,/ puede impacientarse por heredar./ Tengo que hacer algo./ Si Jekyll me lo permitiera…/ Y luego añadió:/ Si Jekyll me permitiera/ poder hacer algo…/ Porque una vez más/ veía con los ojos/ de la memoria,/ las raras cláusulas del testamento./