/Eran las dos de la mañana/ cuando la mujer volvió en sí/ y dio aviso a la policía./ El asesino había desaparecido/ hacía mucho tiempo,/ pero su víctima/ yacía desarticulada/ en el centro de la calle./ El bastón utilizado/ para cometer el crimen,/ se había roto por la mitad/ bajo el impulso/ de aquella insensata crueldad/ y una de las mitades/ había ido a parar/ a la alcantarilla/ más cercana./ La otra, sin ninguna duda,/ se la había llevado/ el asesino./ En posesión de la víctima/ hallaron una cartera/ y un reloj de oro,/ pero ni un solo documento/ o tarjeta de identificación,/ a excepción de un sobre lacrado/ y franqueado/ que probablemente/ se disponía a depositar/ en algún buzón de correos/ y que iba dirigido a Mr. Utterson./ Se lo llevaron al abogado/ a la mañana siguiente/ antes de que se levantara,/ y en cuanto fijó en él la mirada/ y escuchó la narración del caso,/ dijo solemnemente/ las siguientes palabras:/ No diré nada/ hasta que haya visto el cadáver./ El asunto debe de ser muy serio./ Tengan la amabilidad/ de esperar un momento/ mientras me visto./ Y con el mismo grave talante,/ desayunó apresuradamente,/ subió a su carruaje/ y se dirigió rápidamente/ a la Comisaría de Policía/ donde se encontraba el cuerpo./ Tan pronto como lo vio,/ Utterson asintió: Sí, dijo./ Lo reconozco./ Siento tener que decirles/ que se trata de Sir Danvers Carew./ ¡Santo cielo!,/ exclamó el oficial./ ¿Será posible?/ Esto, sin duda,/ provocará un escándalo,/  continuó diciendo./ Quizá pueda usted ayudarnos/ a encontrar al criminal./ Dicho esto le informó/ de las declaraciones/ que había realizado la sirvienta/ y le mostró también/ la mitad del bastón/ que encontraron en el lugar./ Mr. Utterson se estremeció/ al oír el nombre de Mr. Hyde,/ y cuando vio ante sus ojos/ aquel trozo de madera/ ya no pudo dudar más./ Aunque roto y maltratado,/ reconoció en él/ el bastón que hacía muchos años/ había regalado a Henry Jekyll./ ¿Es ese Mr. Hyde/ un hombre de corta estatura?/ preguntó Utterson./ Según la criada, es muy bajo/ y de aspecto desagradable,/ dijo el oficial./ Mr. Utterson reflexionó/ y luego propuso,/ levantando la cabeza:/ Si quiere acompañarme,/ puedo conducirle hasta su casa./ Eran ya alrededor/ de las nueve de la mañana/ y habían comenzado las nieblas/ propias de la estación./ Un manto de bruma/ de color chocolate/ descendía del cielo,/ pero el viento atacaba/ y dispersaba continuamente/ esos vapores formados/ de modo que conforme/ el coche avanzaba/ de calle en calle/ Mr. Utterson pudo contemplar/ una maravillosa infinidad/ de grados y matices/ de una luz casi crepuscular./ El miserable barrio del Soho,/ visto a la luz/ de esos destellos cambiantes,/ con sus calles fangosas,/ sus transeúntes desalmados/ y esas escuálidas farolas/ que no habían apagado todavía,/ parecía a los ojos del abogado/ un barrio de pesadilla./ Sus pensamientos eran además/ de los más sombríos/ que cabe imaginar,/ y cuando miraba/ a su compañero de viaje/ sentía ese escalofrío de terror/ que la ley y sus agentes/ suelen despertar en ocasiones/ incluso entre los más honrados./