/Estas palabras/ alentaron mucho a Gregorio./ Pero todos, el padre, la madre,/ deberían haber gritado:/ ¡Adelante, Gregorio!/ Sí, deberían haber gritado:/ ¡Adelante, duro con la cerradura!/ Imaginando la ansiedad/ con que todos seguirían/ sus esfuerzos por salir,/ mordió con desesperación la llave,/ ya desfallecido./ A medida que la llave/ giraba en la cerradura,/ Gregorio se bamboleaba en el aire,/ colgando por la boca,/ a la vez que forcejeando,/ empujando la llave hacia abajo/ con todo el peso de su cuerpo./ El sonido metálico que hizo/ la cerradura al abrirse/ le volvió en sí./ Bueno, se tranquilizó/ con un suspiro de alivio;/ no ha sido necesario/ que viniera el cerrajero,/ y dio con la cabeza/ en el pestillo/ para acabar de abrir./ Este modo de abrir la puerta/ fue la causa/ de que no le viesen/ inmediatamente./ Gregorio se vio en la necesidad/ de girar lentamente/ contra una de las hojas de la puerta,/ con gran cuidado/ para no caer de espaldas./ Y aún estaba ocupado/ en llevar a cabo/ tan difícil operación,/ sin apenas tiempo/ para pensar otra cosa,/ cuando oyó una exclamación/ del señor gerente/ que le resonó/ como el aullido del viento/ y le vio junto a la puerta,/ taparse la boca con la mano/ y retroceder lentamente,/ como empujado/ por una fuerza invisible./ La madre que,/ a pesar de la presencia/ del gerente,/ estaba allí sin arreglar,/ con el pelo revuelto,/ miró a Gregorio,/ juntando las manos,/ avanzó dos pasos hacia él/ y se desplomó por fin,/ en medio de sus faldas/ desplegadas a su alrededor,/ con la cabeza caída sobre su pecho./ El padre amenazó con el puño,/ con expresión hostil,/ como si quisiera empujar/ al pobre Gregorio/ hacia el interior de la habitación;/ se volvió luego,/ saliendo con paso inseguro/ al recibidor/ y cubriéndose los ojos/ con las dos manos,/ rompió a llorar de tal modo,/ que el llanto/ sacudía su robusto pecho./ Gregorio no llegó pues,/ a salir de su habitación;/ permaneció apoyado/ en la hoja de la puerta,/ mostrando sólo/ la mitad de su cuerpo,/ con la cabeza ladeada,/ contemplando a los presentes./ Sobre la mesa estaban/ los utensilios del desayuno;/ para el padre el desayuno/ era la comida principal del día,/ que prolongaba/ con la lectura/ de varios periódicos./ Bueno dijo Gregorio,/ convencido de ser el único/ que había conservado la calma./ Enseguida me visto,/ recojo el muestrario/ y me voy./ Porque me dejaréis/ que salga de viaje, ¿verdad?/ Ya ve usted, señor gerente,/ que no soy testarudo/ y que trabajo con gusto./ Viajar es cansado;/ pero yo no sabría vivir sin viajar./ ¿Adónde va usted?/ ¿Al almacén? ¿Sí?/ Yo, como usted bien sabe,/ le estoy muy agradecido/ al señor director./ Ya sabe que tengo que atender/ a mis padres y a mi hermana./ Es verdad que hoy/ me encuentro en un apuro./ Pero trabajando duro/ saldré bien de él./ No me ponga las cosas/ más difíciles de lo que están./ Póngase de mi parte./ Ya sé que al viajante/ no se le quiere./ Todos creen que gana el dinero/ sin trabajar apenas./ Usted sabe muy bien/ que el viajante,/ como está fuera del almacén/ la mayor parte del año,/ es fácil blanco/ de toda clase de habladurías,/ equívocos y quejas infundadas,/ contra las que no es fácil/ poder defenderse,/ ya que la mayoría de las veces/ no llegan a sus oídos/ y sólo al regresar/ reventado de un viaje/ empieza a notar directamente/ las consecuencias negativas/ de una acusación desconocida./ No se vaya sin decirme algo/ que me dé alguna prueba/ de que me da usted la razón,/ por lo menos en parte./