/Como era de esperar,/ la vela mayor/ cayó volando/ por fuera de la borda/ y al empaparse de agua,/ arrastró consigo al mástil./ Este último accidente/ fue lo único/ que me salvó/ de una muerte inminente./ Sólo con el foque,/ navegué velozmente/ arrastrado por el viento,/ embarcando agua/ de cuando en cuando,/ pero libre del temor/ de una muerte inmediata./ Empuñé el timón/ y respiré con más libertad/ al ver que aún nos quedaba/ una pequeña esperanza/ de salvación./ Augustus seguía sin sentido/ en el fondo de la barca,/ y como corría inminente peligro/ de ahogarse,/ pues prácticamente había/ unos treinta centímetros de agua/ donde él yacía,/ me las ingenié como pude/ para medio incorporarlo,/ dejándole sentado/ y pasándole por el pecho/ una cuerda que até/ a la argolla de la cubierta/ del tumbadillo./ Arregladas así las cosas/ del mejor modo posible,/ me encomendé a Dios/ y me preparé a soportar/ lo que sobreviniese,/ con toda la fortaleza/ de mi voluntad./ De improviso/ un estrepitoso/ y prolongado alarido,/ como si procediese/ de las gargantas/ de mil demonios,/ pareció envolver a la barca/ por todas partes./ Jamás en la vida olvidaré/ la intensa angustia de terror/ que experimenté en aquel momento./ Se me erizó el cabello,/ sentí que la sangre/ se me helaba en las venas/ y que mi corazón cesaba de latir,/ y sin ni siquiera/ alzar la vista/ para averiguar lo que era,/ me desplomé sin sentido/ y cuan largo era/ sobre el cuerpo de mi compañero./ Al volver en mí,/ me hallaba en la cámara/ de un ballenero,/ que se dirigía a Nantucket./ Varias personas/ se inclinaban sobre mí,/ y también Augustus,/ más pálido que la muerte,/ me daba fricciones en las manos./ Al verme abrir los ojos,/ sus exclamaciones de alegría/ pasaban de la risa al llanto/ de los rudos personajes allí presentes./ Entonces se nos explicó/ el misterio de nuestra salvación./ Habíamos sido arrollados/ por el ballenero./ En la atalaya de proa/ iban varios vigías,/ pero ninguno vio nuestra barca/ hasta el momento justo/ en que era ya imposible/ evitar el impacto/ y sus gritos de aviso/ eran los que me habían asustado/ de un modo tan terrible./ Según me contaron,/ el enorme barco/ pasó sobre nosotros/ y nuestra barca se hundió/. Ni un solo grito/ surgió de la cubierta./ Y eso fue todo./ Creyendo que nuestra barca/ era un simple casco/ a la deriva,/ el capitán siguió su ruta/ sin preocuparse más del asunto./ Por fortuna,/ dos de los vigías/ afirmaron resueltamente/ que habían visto/ a una persona en el timón/ y discutieron/ sobre la posibilidad/ de acudir a salvarla./ El capitán dijo/ que no tenía ninguna obligación/ de estar vigilando/ los cascarones de nuez/ y que si había/ algún hombre en el agua,/ nadie tenía la culpa/ más que el propio interesado,/ y que podía ahogarse/ e irse al diablo,/ o cosa por el estilo./ Henderson, el primer piloto,/ al oír estos comentarios,/ se hizo cargo del asunto,/ tan indignado/ como el resto de la tripulación,/ ante aquellas palabras/ que revelaban una horrenda crueldad./ Habló claramente,/ al verse apoyado/ por los marineros;/ le dijo al capitán/ que era digno/ de estar en galeras/ y que desobedecería sus órdenes/ aunque lo ahorcasen/ al poner pie en tierra./ Se dirigió a grandes zancadas/ hasta la zona de popa,/ empuñó el timón/ y con voz firme dijo:/ ¡Orza a la banda!/ La gente voló a sus puestos/ y el barco viró diestramente./ Todo esto había llevado/ casi cinco minutos/ y las posibilidades/ de salvar a cualquiera/ eran muy escasas,/ admitiendo que hubiese alguien/ a bordo de la barca./ Sin embargo,/ como el lector ha visto,/ Augustus y yo fuimos salvados/ y nuestra salvación/ pareció deberse/ a dos de esas casualidades./