/Al aparecer Augusto/ a la puerta de su casa/ extendió el brazo derecho,/ con la mano palma abajo/ totalmente abierta,/ y dirigiendo los ojos/ hacia el cielo/ se quedó parado/ durante un momento/ en una actitud/ estatuaria/ y augusta./ Aquel gesto/ no significaba/ que tomara posesión/ del mundo exterior,/ sino que simplemente/ observaba si llovía./ Y al recibir/ en el dorso de la mano/ el frescor/ del lento sirimiri/ frunció el sobrecejo./ Y no era tampoco/ que le molestase/ la llovizna./ Lo que le molestaba/ era tener que abrir/ el paraguas./ ¡Estaba tan elegante,/ tan esbelto,/ bien plegado/ y dentro de su funda!/ Un paraguas cerrado/ es tan elegante/ como es feo/ un paraguas abierto./ Es una desgracia/ esto de tener/ que servirse uno/ de las cosas/ pensó Augusto;/ tener que usarlas,/ el uso estropea/ y hasta destruye/ toda belleza./ La función más noble/ de los objetos/ es la de ser contemplados./ ¡Qué belleza/ la de una naranja/ antes de ser comida!/ Esto cambiará/ en el cielo/ cuando todo/ nuestro oficio/ se reduzca,/ o más bien se ensanche/ a contemplar a Dios/ y todas las cosas en Él./ En esta pobre vida,/ no nos cuidamos/ sino de servirnos de Dios;/ pretendemos abrirlo/ como a un paraguas/ para que nos proteja/ de toda suerte de males./ Así se dijo Augusto/ y se agachó/ a recogerse/ los pantalones./ Abrió el paraguas por fin,/ y se quedó un momento/ en suspenso/ y pensando:/ y ahora,/ ¿hacia dónde voy?,/ ¿tiro a la derecha/ o a la izquierda?/ Porque Augusto/ no era un caminante,/ sino un paseante/ de la vida./ Esperaré/ a que pase un perro,/ se dijo,/ y tomaré la dirección/ que él tome./ En esto pasó/ por la calle/ no un perro,/ sino una bella/ y joven moza/ y tras de sus ojos/ se marchó,/ como imantado/ y sin darse/ apenas cuenta de ello./ Y así una calle/ y otra calle/ y otra./ Pero aquel chiquillo/ iba diciéndose Augusto,/ que más bien/ que pensaba,/ hablaba consigo mismo,/ ¿qué hará allí,/ tirado de bruces/ en el suelo?/ ¡Contemplar/ alguna hormiga,/ de seguro que sí!/ ¡La hormiga,/ uno de los animales/ más hipócritas!/ Apenas hace/ sino pasearse/ y hacernos creer/ que trabaja./ Es como ese gandul/ que va ahí,/ a paso de carga,/ codeando a todos/ con quienes se cruza,/ y no me cabe duda/ de que no tiene/ nada que hacer./ ¡Qué ha de tener/ que hacer, hombre!,/ ¡qué ha de tener/ que hacer!/ Es un vago,/ un vago como…/ ¡No, yo no soy/ ningín vago!/ Mi imaginación/ no descansa./ Los vagos son ellos,/ los que dicen/ que trabajan/ y no hacen/ sino aturdirse/ y ahogar el pensamiento./ Porque, vamos a ver,/ ese mamarracho/ de chocolatero/ que se pone ahí,/ detrás de esa vidriera,/ para que le veamos,/ ese exhibicionista/ del trabajo,/ ¿qué es sino un vago?/ Y a nosotros/ ¿qué nos importa/ que trabaje o no?/ ¡El trabajo!/ ¡El trabajo!/ ¡Hipocresía!/ Para trabajo,/ el de ese pobre/ paralítico/ que va ahí/ medio arrastrándose./ Pero ¿y qué sé yo?/ ¡Perdone, hermano!/ Esto se lo dijo/ en voz alta./ ¿Hermano?/ ¿Hermano en qué?/ ¡En parálisis!/ Dicen que todos/ somos hijos de Adán./ Y éste, Joaquinito,/ ¿es también/ hijo de Adán?/ ¡Adiós, Joaquín!/ ¡Vaya, ya tenemos/ el inevitable automóvil,/ ruido y polvo!/ ¿Y qué se adelanta/ con suprimir así/ las distancias?/ El que viaja mucho/ no va sino huyendo/ de cada lugar que deja/ y no buscando/ cada lugar/ al que llega./ Viajar… viajar…/ ¡Qué chisme más molesto/ es el paraguas…/ ¿Y mañana?/ ¿Qué haré mañana?/ ¡Bah! A cada día/ le basta su cuidado./ Ahora, a la cama./ Y se acostó./ Y ya en la cama/ siguió diciéndose:/ Pues el caso es/ que he estado/ aburriéndome/ sin saberlo/ durante dos años…/ desde que murió/ mi santa madre…/ Sí, sí,/ casi todos los hombres/ nos aburrimos/ inconscientemente./ El aburrimiento/ es el fondo de la vida/ y el aburrimiento/ es el que ha inventado/ todos los juegos,/ las distracciones,/ las novelas/ y también el amor./ La niebla de la vida/ rezuma un dulce/ aburrimiento,/ licor agridulce./ Y se quedó dormido./ Desgarró el silencio/ un chillido estridente/ que decía:/ ¡La correspondencia!…/ Y vislumbró Augusto/ la luz de un nuevo día./ Augusto se lavó,/ peinó, vistió/ y preparó/ como quien tiene ya/ un objetivo en la vida./ Aunque melancólico…/ Y salió a pasear/ como todos los días./ Unos débiles quejidos,/ como de un pobre animal/ interrumpieron su soliloquio./ Escudriñó con los ojos/ y acabó por descubrir,/ entre la verdura/ de un matorral,/ un pobre cachorrillo/ de perro/ que parecía buscar/ un camino en la tierra./ ¡Pobrecillo! se dijo./ Lo han dejado/ recién nacido/ para que muera;/ les faltó valor/ para matarlo./ Y lo recogió./ ¡Pobrecito!,/ ¡cómo me lame la mano…!/ Y volvió a casa./ Trae leche, Domingo;/ pero tráela pronto,/ le dijo al criado/ en cuanto éste/ le abrió la puerta/ de su casa./ ¿Pero ahora/ se le ocurre/ comprar un perro,/ señorito?/ No lo he comprado,/ Domingo;/ este perro/ no es esclavo,/ sino que es libre;/ lo he encontrado./ Le trajo la leche/ y una pequeña esponja/ para facilitar/ la succión./ Luego Augusto/ hizo que le trajera/ un biberón/ para el cachorrillo,/ para Orfeo,/ que así le bautizó,/ no se sabe/ ni sabía él/ tampoco por qué./ Y Orfeo fue/ en adelante/ el confidente/ de sus soliloquios./