/Aunque se sentía/ extenuado/ por la travesía/ y la gran cantidad/ de sangre perdida,/ destapó su herida/ y la observó./ Había recibido/ un balazo/ bajo la quinta/ costilla/ del costado derecho./ Quizás no fuera/ nada grave,/ pero podía/ llegar a serlo/ si no se curaba/ de inmediato./ A pocos pasos/ oyó el murmullo/ de un arroyo./ Se dirigió a él/ como pudo/ y lavó su herida./ Después la cubrió/ con una tira/ de su camisa./ ¡Sanaré! murmuró/ con tanta energía/ como si fuera/ el único amo/ de su propia/ existencia./ Bebió agua/ para calmar/ la fiebre/ que comenzaba/ a invadirlo/ y se arrastró/ como pudo/ hasta llegar/ a un gigantesco/ árbol/ que le ofrecía/ sombra fresca./ Durmió largo rato/ y despertó/ con una sed/ abrasadora./ Apoyándose/ en el tronco,/ se puso de pie./ ¿Quién habría/ de decir/ exclamó,/ apretando/ los dientes,/ que un día/ el leopardo/ de Labuán/ vencería/ a los tigres/ de Mompracem?/ ¿Que yo,/ el invencible/ Tigre/ de la Malasia,/ llegaría aquí/ derrotado/ y herido?/ ¡La venganza!/ ¡Todos mis paraos,/ mi isla,/ mis hombres,/ mis tesoros!/ ¡Ya temblarán/ todos los ingleses/ de esta isla!/ Ten paciencia/ por ahora,/ Sandokán./ Pero sanaré/ y volveré/ a Mompracem/ aunque tenga/ que construir/ una balsa/ yo mismo./ Estuvo tendido/ varias horas/ bajo el árbol,/ mirando las olas/ que iban a morir/ casi a sus pies./ Sus ojos/ parecían buscar/ bajo las aguas/ los cascos/ deshechos/ de sus barcos/ o los cadáveres/ de sus desgraciados/ marineros./ Las sombras cayeron/ sobre el bosque./ Un miedo extraño/ le invadió./ Le parecía oír/ ladridos de perros,/ gritos de hombres,/ rugidos de fieras./ Incluso se creyó/ descubierto./ Comenzó a correr/ completamente/ fuera de sí,/ como un caballo/ desbocado./ Se lanzaba/ por el medio/ de la maleza,/ saltaba/ sobre troncos/ caídos en el suelo/ y agitaba furioso/ su preciosa daga./ Corrió así/ durante diez/ o quince minutos,/ despertando/ con sus gritos/ los ecos/ de los bosques/ tenebrosos,/ pero al rato/ se detuvo agotado/ y casi medio muerto./ Cayó rodando/ por el suelo./ Por todas partes/ veía enemigos./ Estaba delirando/ por la fiebre/ que sufría./ Sandokán caía/ y se levantaba,/ y volvía a caer./ Cuando volvió en sí,/ vio con gran sorpresa/ que no estaba/ en la selva/ que atravesaba/ durante la noche./ Se encontraba/ en una habitación/ espaciosa,/ empapelada/ y tendido/ en un lecho/ cómodo,/ limpio y blando./ Al principio/ creyó que soñaba/ y se restregó/ varias veces/ los ojos/ como para/ despertarse./ Pero pronto/ se convenció/ de que aquello/ era realidad./ Miró alrededor;/ no había nadie./ Entonces observó/ minuciosamente/ la habitación./ Era elegante/ y tenía dos ventanas/ muy grandes./ A través de ellas/ se veían árboles/ muy altos./ En un rincón/ vio un piano,/ y sobre él/ partituras/ de música;/ en medio,/ una mesa/ con un tapete/ bordado;/ cerca de la cama,/ su fiel daga/ y al lado/ un libro/ medio abierto,/ con una flor/ disecada/ entre las páginas./ Escuchó/ a lo lejos/ los acordes/ de una mandolina./ ¿Dónde estaré?/ se preguntó./ ¿En casa de amigos/ o de enemigos?/ ¿Quién me ha curado/ la herida?/ Empujado/ por una curiosidad/ irresistible/ alargó la mano/ y tomó el libro./ En la cubierta/ había un nombre/ impreso/ en letras de oro./ ¡Mariana!/ exclamó leyendo./ ¿Qué querrá decir/ todo esto?/ ¿Es un nombre/ o una palabra/ que yo no comprendo?/ Se sintió agitado/ por una emoción/ desconocida/ para él./ Algo muy dulce/ conmovió/ el corazón/ de aquel hombre,/ ese corazón/ de acero,/ siempre cerrado/ hasta para/ las emociones/ más violentas./