/Disfrutamos/ de un par de días/ muy agradables/ en Oxford/ Pude constatar/ que había/ demasiados perros/ en esta ciudad./ El primer día/ Montmorency sostuvo/ unas once peleas/ y el segundo,/ catorce./ Evidentemente/ debió de creerse/ en el paraíso./ Al tercer día/ cambió el tiempo/ y salimos de Oxford/ en viaje de regreso/ bajo una intensa lluvia./ Todo el día/ estuvimos remando/ bajo la lluvia./ Al principio,/ durante/ las primeras horas,/ Harris y yo/ estábamos encantados/ por la lluvia;/ hasta entonamos/ una canción/ que ensalzaba/ los encantos/ de la vida bohemia,/ libre tanto/ en la tempestad/ como bajo el sol,/ refrescados/ por los vientos/ y acariciados/ por la lluvia./ Esta canción/ ridiculizaba/ a las personas/ que no sienten/ ningún cariño/ hacia ese género/ de vida./ Mi querido Jorge,/ menos entusiasmado,/ entreabrió/ prudentemente/ su paraguas./ A la hora/ de almorzar,/ colocamos el toldo,/ manteniéndolo puesto/ durante toda la tarde;/ sólo dejamos/ una pequeña abertura/ desde donde/ podíamos remar/ y escudriñar/ el horizonte./ De esta manera/ cubrimos cerca/ de nueve millas/ y al anochecer/ llegamos a Day Lock./ Honradamente,/ no puedo decir/ que tuviéramos/ una velada muy alegre./ La lluvia caía/ con monótona/ persistencia;/ la barca,/ sus ocupantes/ y equipajes/ estábamos todos/ concienzudamente/ remojados./ La cena no nos dejó/ muy satisfechos;/ un pastel/ de ternera fría/ apenas resulta/ apetitoso/ cuando tiene frío/ y no solo hambre./ Yo me hubiese/ podido comer/ una costilla/ bien calentita./ Harris ensalzaba/ los méritos/ del lenguado/ y la salsa blanca/ y pasó las sobras/ de su plato/ a Montmorency/ que lo rehusó/ muy dignamente/ y aparentemente/ ofendido/ por el ofrecimiento,/ fue a sentarse/ al otro extremo/ de la barca./ Haced el favor/ de callaros/ mientras como/ esta carne/ tan insípida,/ rogó Jorge al oír/ el intercambio/ de recetas/ gastronómicas./ Después jugamos/ una partida/ de cartas;/ al cabo de hora/ y media,/ Jorge había ganado/ cuatro peniques/ y Harris y yo/ habíamos perdido,/ exactamente,/ dos peniques cada uno/ y decidimos/ abandonar el vicio./ El juego produce/ una insana/ excitación nerviosa/ que lleva/ a lamentables extremos,/ afirmó Harris/ con mucha seriedad./ Harris y yo/ no quisimos/ seguir luchando/ contra el destino./ Preferimos/ prepararnos/ unas bebidas/ calientes/ y charlar un ratito./ Hace dos años,/ contó Jorge,/ en una excursión/ al Támesis,/ conocí un muchacho/ que durmió/ en una barca/ en un día/ tal como hoy;/ a consecuencia/ de esa circunstancia/ le sobrevinieron/ unas fiebres/ reumáticas/ que le costaron/ la vida/ después de diez días/ y de una larga agonía…/ ¡Pobre chico…/ era tan joven/ y estaba/ a punto de casarse!/ De esto pasamos/ a un alegre charloteo/ sobre ciática,/ fiebres,/ reumatismo,/ enfermedades/ pulmonares,/ bronquitis, etc…/ Harris hizo ver/ el terrible dilema/ en que podríamos/ encontrarnos/ si alguien caía/ gravemente enfermo/ durante la noche,/ dado lo apartados/ que estábamos/ de los médicos/ y la farmacia./ Se hizo necesario/ distraerse/ puesto que/ en nuestros rostros/ aparecían tristes/ expresiones/ y propuse a Jorge/ que tocara/ algo cómico./ No se hizo/ mucho de rogar / ni se excusó/ diciendo/ que no tenía/ partituras;/ tomó el banjo/ y empezó entonando/ “Dos grandes/ ojos negros…”/ y Harris y yo/ le acompañamos/ «que dulce sorpresa…/ sólo por decirnos/ dolores dos…”/ Aquí nos detuvimos/ impotentes./ ¡No podíamos continuar!/ El inenarrable/ acompañamiento/ que Jorge dio/ a la palabra “dos”/ se hacía imposible/ de soportar/ dado nuestro estado/ de depresión nerviosa./ Harris rompió a llorar/ como un niño/ y Montmorency aulló/ hasta que pensé/ que su corazón/ estallaría/ o su mandíbula/ se dislocaría./ Jorge quiso continuar;/ pensaba que una vez/ entrara de firme/ en la canción/ podría cantarla/ más expresivamente/ y la música/ nos parecería/ menos triste;/ no obstante,/ el sentir/ de la mayoría/ fue opuesto/ al experimento./ Y como no teníamos/ nada que hacer,/ fuimos a dormir,/ dando vueltas/ en el fondo/ de la barca/ durante tres/ o cuatro horas,/ al cabo de las cuales/ todos caímos/ en un pesado sopor/ hasta las cinco/ de la mañana./ A esa hora/ nos levantamos/ y desayunamos./ El segundo día/ fue exactamente/ igual al primero;/ la lluvia no cesaba/ y envueltos/ en los impermeables,/ bajo la lona,/ íbamos deslizándonos/ dulcemente/ río abajo./ Uno de nosotros,/ no sé quién/ aunque parece/ que fui yo mismo,/ realizó débiles/ esfuerzos/ para resucitar/ la vieja canción/ de ser hijos/ de la naturaleza/ y volver a gozar/ con la lluvia;/ pero no tuve/ nada de éxito./ Aquel estribillo/ “Que me importa/ que llueva…/ que me importa/ que el cielo…”/ expresaba tan bien/ nuestros sentimientos/ que se hacía/ innecesario/ decirlo cantando./ Sobre un punto/ estábamos todos/ de acuerdo/ y era que ocurriese/ lo que fuera/ seguiríamos/ hasta el fin;/ habíamos ido/ a disfrutar/ de unas vacaciones/ en aquel río/ y los quince días/ los pasaríamos/ en el río./ Si moríamos,/ sería una pena/ para parientes/ y amigos,/ pero no podíamos/ evitarlo./ Regresar a casa/ porque llovía,/ y en un clima/ como el nuestro,/ constituía/ un desastroso/ precedente./ Sólo faltan dos días,/ dijo Harris,/ animándonos,/ somos jóvenes/ y fuertes…/ bien podemos/ resistirlos./ A eso de las cuatro/ discutimos/ nuestros planes/ de la noche;/ acabábamos/ de pasar Goring/ y decidimos atracar/ en Pangbourne,/ donde pasaríamos/ la noche./ ¡Otra nochecita/ toledana!/ murmuró Jorge./ Esta perspectiva/ nos afectó bastante./ Llegaríamos/ a Pangbourne/ a eso de las seis;/ entonces/ podríamos/ dar una vuelta/ por la aldea/ bajo la lluvia/ o sentarnos/ en una mal/ iluminada tasca/ a leer un periódico/ ya usado./ Si no hubiésemos/ decidido ir/ en busca de la muerte/ dentro de este infecto/ féretro flotante…/ observó Jorge/ mirando a la barca,/ valdría la pena saber/ que sale un tren/ de Pangboune/ hasta Londres/ y llegar a tiempo/ de comer una costilla/ y luego ir a tomar algo./ Nadie contestó;/ nos miramos/ los unos a los otros./ Cada cual creía ver/ sus propios pensamientos,/ confundidos y débiles,/ en los rostros/ de los demás./ Cogimos la maleta/ y desembarcamos/ en silencio./ No había ni un alma/ en los alrededores./ Veinte minutos después,/ tres individuos,/ seguidos de un perro/ de lastimoso aspecto,/ salían furtivamente/ del embarcadero/ hacia la estación/ del tren,/ ataviados/ de la siguiente,/ poco elegante/ e inadecuada manera:/ zapatos negros,/ muy sucios;/ traje de franela,/ también muy sucio;/ sombrero de fieltro/ color castaño,/ manchadísimo;/ impermeables/ muy mojados/ y paraguas./ Engañamos/ al barquero/ de Pangbourne,/ pues nos faltó/ el valor necesario/ para decirle/ que huíamos/ de la lluvia;/ le dejamos el bote/ y cuanto contenía,/ dándole instrucciones/ para que lo tuviera/ puesto a punto/ a las nueve/ de la mañana siguiente./ Si algo imprevisto/ nos ocurriera,/ impidiéndonos regresar,/ se lo comunicaríamos/ por escrito./ Llegamos a la estación/ de Paddington/ en Londres/ a las siete,/ tomamos un taxi/ para dirigirnos/ a un restaurante/ que ya conocíamos,/ donde hicimos/ una ligera comida;/ encargamos una cena/ para las diez y media/ de la noche/ dejando allí/ a Montmorency/ y continuamos camino/ hacia Leicester Square./ Entramos a un pub/ donde llamamos/ la atención/ del público./ Nuestro éxito/ fue mucho más/ que apoteósico;/ nuestros rostros/ tostados por el sol/ y nuestra pintoresca/ indumentaria/ causaron la admiración/ de la distinguida/ concurrencia;/ en una palabra,/ atrajimos/ todas las miradas./ ¡Qué orgullosos/ nos sentíamos!/ Después fuimos/ al restaurante/ donde nos esperaba/ la ansiada cena./ He de confesar/ que aquella/ apetitosa cena/ nos colmó de alegría./ Durante diez días/ habíamos vivido/ alimentándonos/ de carne fría,/ pasteles, pan/ y confitura./ El olor del Borgoña,/ el perfume/ de las salsas francesas/ y la presencia/ de servilletas/ bien limpias/ y planchadas,/ los largos/ y tiernos/ panecillos/ llamaban/ a las puertas/ de nuestras almas./ Estuvimos/ ejercitando/ las mandíbulas/ bastante rato,/ bebiendo de firme;/ luego dejamos/ los platos,/ apartamos/ los cubiertos,/ nos sentamos bien,/ estirando/ las piernas,/ sintiéndonos/ saturados/ de bondad,/ de perdón,/ de generosidad./ En ese instante,/ el bueno de Harris/ que se hallaba sentado/ cerca de la ventana,/ apartó la cortina,/ mirando a la calle./ Todo estaba/ lleno de las sombras/ de la noche;/ las luces parpadeaban/ bajo la lluvia/ que seguía cayendo/ vigorosamente,/ y un torrente de agua/ iba a parar/ a las alcantarillas./ Unos cuantos transeúntes,/ calados hasta los huesos,/ pasaron encogidos/ bajo los paraguas,/ las mujeres caminaban/ arremangándose/ cuidadosamente/ las faldas./ Pues bien,/ dijo Harris/ tomando su copa,/ hemos tenido/ un agradable viaje…/ ¡muchas gracias,/ abuelo Támesis!…/ aunque creo/ que hicimos bien/ en interrumpirlo./ ¡A la salud/ de tres hombres/ que salieron/ felizmente/ de una barca!/ Y Montmorency sentado/ sobre sus patas/ posteriores,/ lanzó una mirada/ a la oscuridad/ de la noche/ y ladró brevemente/ para demostrarnos/ su ferviente adhesión/ al brindis de Harris./